La rutina está haciendo que los días pasen rapidísimo aquí en la Antártida, aunque en estas semanas hay algunos días que recuerdo con especial cariño y que no me gustaría que se pasasen por alto.
Los investigadores de proyecto de Javier Benayas que analizan los impactos del turismo en diferentes puntos de Isla Decepción debían de ir a la pingüinera de Morro Baily (la más grande de pingüino Barbijo de toda la Antártida), para hacer mediciones de metales pesados y para intentar coger alguna pluma de los pingüinos para medirles el estrés. No tenían programado el día, porque tenía que ser un día que hiciese buen tiempo y prever aquí un día así, con sol y con poco viento, es misión imposible. Normalmente tenemos entre 5 y -5 ºC, pero la sensación térmica puede bajar notablemente si tenemos fuertes rachas de viento y raro es el día en el que no sopla el viento por aquí.
Pero el 26 de enero amaneció soleado, el primer día soleado de lo que llevaban de campaña y apenas había viento, era el día perfecto. El jefe de la base nos preguntó a los diferentes proyectos si queríamos ir de apoyo, y como mi compañero Alfonso que estaba de ocupado en la base y no podía ir, tuve la gran suerte de acompañarles. Fue un día mágico, impresionante, espectacular.
Nos trasladamos en zodiac hasta Balleneros y desde allí, cogiendo una vaguada llegamos a la ventana del chileno y desde allí fuimos atravesando el glaciar del monte Pond hasta llegar a morro Baily. Las vistas eran increíbles, se veía la costa recta de la isla perfectamente, no podían haber elegido un nombre mejor porque es extrañamente rectísima. Vimos la formación geológica a la que llaman aguja de máquina de coser y allí, a lo lejos, empezaban a verse un montón de pequeñas manchas blancas que se movían: ¡¡eran los pingüinos!!
Después de alrededor de 4 horas de caminata llegamos al primer cerro de la pingüinera, la distancia al mar es considerable y parece increíble que los pingüinos hayan llegado hasta allí. En todos los cerros que tenemos a la vista hay pequeños grupos de pingüinos. Los barbijos tienen una característica especial y es que elijen a las parejas según si les gusta o no el nido de piedritas circular que han preparado.
Nos fijamos que los polluelos ya están en fase de guardería, los padres agrupan a los polluelos en un rincón y los cuidan entre todos. Es gracioso ver a los polluelos porque parecen peluches con ese plumaje gris, dan ganas de llevarte uno a casa, pero las normas aquí son estrictas, debemos de estar a más de 5 metros de los pingüinos para no perjudicarles. Según nos vamos acercando al mar vemos que están perfectamente organizados, por un carril van los pingüinos que regresan a los nidos y por el otro, los que van en busca de alimentos al mar, ¡es como una autopista! Es increíble mirar a un lado y al otro y ver pingüinos por todas partes. Algunos están tumbados en la tierra, otros dando saltos entre las rocas para llegar “a casa”, otros alimentando a los polluelos…es un verdadero espectáculo. Aprovechando el buen tiempo, podemos comer en la playa de la costa recta, entre glaciares, rodeados de pingüinos y disfrutando de la tranquilidad de la isla…
Un día maravilloso, como el siguiente… ¡Pero eso lo dejo para otro día!