Os decía hace unos días que uno de los días más especiales fue cuando visité la pingüinera de Morro Bailey. Y no puedo pasar por alto explicaros lo que sucedió al día siguiente, algo que, sin duda, nunca podré olvidar. Y es que el 27 de enero… ¡Cumplí 27 años en la Antártida! Tuve que madrugar, tuve que trabajar, fue un día como otro cualquiera, pero el hecho de pasarlo en la Antártida, ese simple hecho, ya lo hacía especial. Podría parecer un día duro, pasar el día de mi cumpleaños sin mis aitas, sin Sergio… En otras circunstancias seguro lo hubiera sido, pero no aquí.
Me despertaron con el cumpleaños feliz de Parchís a todo volumen (¡gracias a las Marías!) y mis compañeras de habitación empezaron a gritarme ¡Feliz cumpleaños! Siguieron haciéndolo en el baño, en el comedor, en el módulo científico… Ese día cada vez que me cruzaba con alguien: ¡Feliz cumpleaños, Janire! Y a la hora de comer, sin que yo me esperase nada vino la gran sorpresa… Mari, la cocinera me había preparado una tarta gigante por mi cumpleaños. La tarta era verde, como si fuera hierba y encima tenía un volcán riquísimo de flan y chocolate. Además con la ayuda de Bea habían hecho una ‘mini Janire pingüina’, ¡hasta una estación sísmica!
Fue increíble, un gran detalle de parte de todos. Pero no quedó ahí la cosa. El jefe de base, en nombre de todos los participantes de la campaña, me regaló un reloj precioso con el símbolo de la base. Sin duda, ocupará un lugar especial en cuanto llegue a casa. El día 27 también ocupará un lugar especial en mi corazón a partir de ahora.