Hay un topillo en Norteamérica, el topillo de pradera (en inglés “prairie vole” y Microtus ochrogaster de nombre científico), que ha hecho las delicias de los investigadores interesados en la vida de pareja y familiar animal. Es un modelo de vida en pareja. No es que sea siempre fiel; no lo es, puesto que en ocasiones tiene affairs fuera de la pareja. Pero es monógamo, forma parejas estables durante toda su vida y ambos miembros colaboran en la cría de la prole. Tienen un comportamiento muy afectivo: se acurrucan con frecuencia uno junto al otro y se atusan mutuamente. Además, son topillos sociables, a los que gusta relacionarse con otros topillos de la misma especie, aunque siempre en mayor medida con la propia pareja. Para poner en su debido contexto la importancia de ese comportamiento y de esa estructura familiar, conviene recordar que tan solo un 5% de las especies de mamíferos son monógamas.
En Norteamérica hay otros topillos, lo que ocurre es esos otros topillos tienen un comportamiento muy diferente. El topillo de montaña, Microtus montanus (en inglés “montane vole”) y Microtus pennsylvanicus ( en inglés “meadow vole”[1]) son todo lo contrario que Microtus ochrogaster. Son polígamos, aunque sería más correcto decir que no forman parejas estables y que se aparean con quien quieren o pueden, principalmente en determinadas épocas. Al no formar parejas estables, los machos no participan en absoluto en la crianza de la prole topilla. ¡Y para qué hablar de arrumacos y cosas parecidas!
Estas diferencias en el comportamiento afectivo-sexual-reproductivo son enormes, máxime si tenemos en cuenta que se trata de especies del mismo género, muy próximas entre sí y que tienen una distribución geográfica parcialmente coincidente. Esa es la razón por la que han despertado el interés de los biólogos.
Pues bien, parece ser que la diferencia entre unos y otros radica en la presencia de mayores o menores densidades de los receptores de determinados neurotransmisores en ciertas áreas del cerebro. En concreto, se trata de los receptores de los neuropéptidos arginina vasopresina (AVP) y oxitocina (OT). Ambos, además de neurotransmisores, también son hormonas hipotalámicas y ejercen sus efectos en órganos alejados del cerebro. La AVP participa en la regulación del balance hídrico en el organismo, y la OT interviene en el parto y en la lactación, a través de sus efectos sobre el tono de la musculatura lisa. Al parecer, hay un tercer péptido hormonal que también está implicado en estos aspectos del comportamiento, el factor liberador de la corticotropina, una neurohormona que provoca la liberación de corticotropina en situaciones de estrés. Y al respecto cabe decir que es muy significativo que el estrés facilite la formación de vínculos estables en los machos y la inhiba en las hembras, aunque esta diferencia no tiene una explicación sencilla evidente.
El mecanismo subyacente tiene su complejidad y en él participan tres sistemas de circuitos nerviosos, el de las señales sociales y formación de la memoria social, el de la recompensa y refuerzo, y un sistema que procede de los genitales y que modula a los dos anteriores. Los emparejamientos sexuales son fuentes de estímulos que llegan a los sistemas de memoria social y de recompensa y refuerzo, ambos en el cerebro. La actividad sexual da lugar a la emisión de señales que, al interaccionar con los otros dos sistemas, provoca que se establezcan vínculos duraderos entre los dos individuos que participan en el encuentro sexual. Esto es así en las especies monógamas. En las que no lo son esos tres sistemas de circuitos se hallan disociados, por lo que no se establece interacción entre ellos que dé lugar a la formación de vínculos duraderos.
En investigaciones realizadas durante la última década se han obtenido evidencias, directas en unos casos e indirectas en otros, de que la actividad sexual de los topillos de pradera da lugar a la liberación de los péptidos indicados en las zonas del cerebro en las que los correspondientes receptores presentan altas densidades. También se ha comprobado que la utilización de sustancias que bloquean los receptores de oxitocina (en hembras) o de vasopresina (en machos) de topillos de pradera ha provocado que los topillos dejen de comportarse como cabezas de familia ejemplares y que adopten modos de vida y comportamientos propios de los/las casquivanos/as topillos de montaña o de prado. Se han obtenido resultados equivalentes utilizando técnicas que permiten modificar la expresión de los genes que codifican la síntesis de los receptores implicados. Y recientemente se ha anunciado la próxima creación de topillos transgénicos para que se comporten en la esfera familiar como lo hacen sus primos.
Aunque en determinados detalles, el funcionamiento de nuestros propios sistemas puede ser algo diferente, los investigadores que trabajan en este campo no albergan dudas acerca de la similitud básica del funcionamiento de los cerebros humanos. Las neurohormonas implicadas, AV y OT, son seguramente las mismas, la ubicación de los receptores la misma o similar, y la arquitectura general de los circuitos, también. ¿Cuánto tardarán en proponerse tratamientos específicos para reforzar los comportamientos monógamos?
El video no aporta mucho, pero nos enseña cómo son estos topillos: