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El pez gruñón

and the grunion ran again

through the oily sea

to plant eggs on shore and be caught

by unemployed drunks

with flopping canvas hats

and no woman at all.

Esos versos son del poema “The hunt”, del escritor estadounidense Charles Bukowski, de su libro de poemas “Mockingbird Wish Me Luck” (1972). En ese poemario cita al pez gruñón (Leuresthes tenuis) en dos ocasiones.

Bukowski, en el poema cuyo fragmento he reproducido, utilizó la palabra “ran”, que es el pasado del verbo correr, porque ese pez corre o anda por encima de la arena. No lo hace siempre, ya que ese no es su modo de vida, pero como puede leerse en el poema, sale del agua a poner los huevos (“to plant eggs on shore…”). Se trata de un comportamiento asombroso, pues es el único pez conocido que pone sus huevos fuera del agua.

Entre dos y seis días después de la luna nueva y la luna llena, y aprovechando el empuje de una ola, salen del agua. Luego se alejan todo lo que pueden del borde del mar. La hembra, mantiene la cabeza mirando hacia arriba mientras hace un agujero en la arena con la cola. La arena está mojada y no le cuesta demasiado hacer ese trabajo de perforación; se introduce en el agujero hasta las aletas pectorales. A continuación pone los huevos en el interior del agujero, donde quedan a 10 cm de la superficie. Un buen número de machos, -pueden ser hasta ocho-, se le acercan y liberan allí sus espermatocitos. Completada la freza (suelta de gametos) los machos vuelven en seguida al agua, y la hembra se queda esperando a la siguiente ola; cuando llega, sale del agujero y vuelve también al agua. Los peces gruñones más rápidos completan todas estas operaciones en 30 segundos, pero también puede ocurrir que lleguen a estar varios minutos fuera del agua.

Como se puede suponer, los peces gruñones respiran, como la mayoría del resto de los peces, por las branquias. Por eso, y dado que las branquias colapsan fuera del agua, durante el tiempo que permanecen fuera del agua, no se produce intercambio respiratorio alguno, por lo que se encuentran bajo condiciones de hipoxia. Podría pensarse que se trata de muy poco tiempo, por lo que esas condiciones de hipoxia no supondrían ningún inconveniente. Sin embargo, dado que se trata de animales muy pequeños, su tasa metabólica es alta. Por esa razón no es sorprendente que presente la misma respuesta a la hipoxia que la que se produce en otras especies. Veamos en qué consiste esa respuesta.

Los mamíferos marinos, cuando se sumergen, utilizan los que podrían considerarse como dos depósitos de oxígeno, un alto número de glóbulos rojos, por un lado, y la mioglobina muscular, que en esos animales presenta una concentración muy alta, por la otra. A pesar de disponer de esos dos depósitos, lo cierto es que se encuentran en una situación limitante, puesto que sin tener acceso al oxígeno atmosférico, podrían llegar a agotarse los depósitos internos. Por esa razón los mamíferos marinos adoptan tácticas de ahorro de oxígeno para evitar un excesivo gasto. Modifican de dos maneras diferentes el funcionamiento del sistema circulatorio. Por un lado recurren a la bradicardia; esto es, reducen muy sensiblemente la frecuencia cardiaca. Y por otro lado, limitan de forma considerable la circulación periférica, cerrando numerosos vasos sanguíneos de la periferia corporal. De ese modo, el corazón ha de trabajar mucho menos y no se transporta oxígeno a aquellos órganos en los que no es imprescindible. El aporte de oxígeno al cerebro está garantizado, por supuesto, así como a los músculos con los que nadan, pero en conjunto, el consumo de oxíigeno se reduce de forma notable.

El pez gruñón responde del mismo modo cuando sale del agua. Al fin y al cabo, estos también, cuando se encuentran expuestos al aire, sufren condiciones de hipoxia, y por lo que podemos ver, a la hipoxia responden del mismo modo unos y otros, los de origen terrestre cuando se sumergen y los de origen acuático, cuando salen del agua. Por cierto, los peces voladores responden del mismo modo, pero el tiempo em que se encuentran fuera del agua es mucho menor.

Por Juan Ignacio Pérez

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junio 2011
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