Una de nuestras costumbres más arraigadas es la de consumir bebidas alcohólicas. En el pasado de Europa, sobre todo en la Edad Media, era uno de los componentes principales de la dieta. Aunque hay seres humanos que no toleran el alcohol; no están capacitados para metabolizarlo y pueden sufrir graves intoxicaciones. Los seres humanos no somos los únicos animales que consumen alcohol. Otros primates y otros mamíferos herbívoros consumen frutas fermentadas cuando tienen la ocasión.
El alcohol es propio de frutas maduras, llenas de nutrientes, y su efecto estimulante sobre el apetito resulta beneficioso para los herbívoros que, en ciertas ocasiones, tienen acceso a fuentes de alimento de carácter muy efímero. Por eso, cabe pensar que entre las plantas que producen frutas con cierto contenido en alcohol y sus consumidores, se ha producido un fenómeno de coevolución con el correspondiente conjunto de adaptaciones recíprocas. De esa forma, las plantas irían incluyendo cada vez más alcohol en el nectar de sus flores o en sus frutos, y los herbívoros irían desarrollando una cada vez mayor tolerancia al alcohol y capacidad para metabolizarlo. La ventaja que se deriva para las plantas de esa relación es que ven así facilitada la polinización y la dispersión de las semillas.