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¿Cuánto cuesta pensar?

El cerebro sale caro; nuestro cerebro, quiero decir. Para empezar, se necesitan lípidos para construir el tejido cerebral. Además, y como escribí en “Inteligencia femenina, nalgas y caderas”, los más necesarios son los lípidos poliinsaturados; dado que carecemos de la capacidad para sintetizar esos lípidos, debemos recurrir a determinados alimentos para obtenerlos. Pero al decir que el cerebro sale caro, no me refiero a ese aspecto, al de los materiales que lo conforman, sino al coste de su funcionamiento.

En reposo, al cerebro corresponde un 20% de la actividad metabólica total de una persona. Las cosas cambian cuando, en lugar de encontrarse en reposo, el individuo se encuentra realizando alguna actividad física, ya que bajo esas condiciones puede elevarse considerablemente el gasto energético debido al coste de la actividad muscular. Pero en todo caso, un 20% del gasto metabólico total en reposo es un porcentaje muy alto; por eso decimos que su funcionamiento es caro, porque de ningún otro órgano cabe decir algo parecido. Al fin y al cabo, y salvo que los individuos en cuetión vivan en zonas muy frías o realicen una actividad física intensa, el cerebro es el órgano responsable de la principal parte de nuestro gasto metabólico. Casi la quinta parte de lo que comemos lo destinamos a su funcionamiento. No es poco.

El conocido fisiólogo Francis Benedict (1870-1957) quería saber enqué medida el gasto en que incurre el cerebro depende de la actividad intelectual que desarrolla, y con ese propósito midió el gasto que corresponde a diferentes niveles de esfuerzo mental. Para ello utilizó un grupo de estudiantes universitarios. Les pidió, para empezar, que no pensasen en nada; esto es, que tratasen de quedarse en blanco. Luego les pidió que realizaran rápidamente una serie de complejas operaciones aritméticas. Y en cada situación midió la tasa metabólica a los estudiantes.

El resultado obtenido sorprendió, en cierto modo, al doctor Benedict, puesto que encontró una diferencia realmente pequeña entre los dos niveles de actividad mental. De hecho, resultó que en una hora de intensa actividad mental sólo se gasta la energía contenida en medio cacahuete.

Dos son las conclusiones que pueden obtenerse de ese estudio. Una es que el pensar muy intensamente no sería un método de adelgazamiento nada efectivo, y la otra es que el cansancio que produce el pensar no es una buena escusa para dejar de hacerlo, porque de hecho, el pensar no cansa.

Por lo tanto, a la pregunta de si pensar cuesta, con la que he titulado esta entrada, respondo que costar, cuesta, pero no precisamente energía; el esfuerzo que hay que hacer es de otra naturaleza.

Por Juan Ignacio Pérez

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