Los osos son animales hibernantes muy especiales, puesto que no hibernan como lo hacen los demás mamíferos que recurren al letargo invernal. Se trata de fenómenos diferentes, hasta el punto de que hay especialistas que no denominan hibernación al letargo de los osos. Veamos esto en detalle.
Los mamíferos que habitan en zonas frías deben afrontar condiciones muy duras cuando llega el invierno. Las bajas temperaturas pueden ocasionar grandes pérdidas de calor, por lo que para mantener constante la temperatura, debe elevarse el gasto metabólico para que, de esa manera, la producción metabólica de calor compense las mayores pérdidas. Eso supone que el animal en cuestión ha de gastar más energía, y esa energía la ha de obtener de las reservas almacenadas previamente o del alimento que sea capaz de conseguir. El problema es que en invierno la disponibilidad de alimento suele muy baja o puede que, incluso, no haya alimento en absoluto. Por esa razón, muchos mamíferos de zonas frías hibernan. De abril a septiembre mantienen un modo de vida normal pero a partir de septiembre, en algún momento, se recluyen en su madriguera, bajan la temperatura corporal, reducen su metabolismo a un mínimo, y dejan de desarrollar actividad muscular.
Muchos de esos mamíferos que hibernan, en ciertas ocasiones y con una periodicidad determinada, despiertan para volver enseguida a la condición de mínimo nivel metabólico. Se desconocen las razones por las que se producen esos fugaces despertares, pero deben de ser razones muy poderosas, puesto que conllevan elevaciones significativas del gasto energético, hasta el punto de que dos terceras partes del gasto que se produce durante la hibernación ocurre debido a esos breves episodios.
Los animales, para poder hibernar, han de disponer de grasa parda, pero no todos los mamíferos cuentan con ese tipo de tejido graso. De hecho, la grasa parda cumple una función importante, puesto que es ella la fuente de calor durante los despertares fugaces a que he hecho mención en el párrafo anterior. La función de ese tipo de grasa es la de generar calor; es un tejido termogénico. Los seres humanos también tenemos grasa parda, aunque salvo excepciones, solo la tenemos durante los primeros meses/años de vida; en los bebés recién nacidos sustituye en esa tarea a otras actividades termogénicas, como la tiritación, que los bebés no son capaces de realizar.
Un aspecto importante de esa modalidad de tejido graso es su ubicación anatómica. Algunos acúmulos de grasa parda se disponen rodeando a las principales arterias del organismo; de esa forma, el calor que genera cuando desempeña su función termogénica llega rápidamente, por medio de la sangre, a los pulmones, el corazón y el cerebro, esto es, a los órganos vitales más importantes.
Además de contar con grasa parda, otra característica común a los animales que hibernan es su pequeño tamaño. Esta afirmación seguramente chocará, pues todos tenemos en la cabeza a los osos, que son animales de gran tamaño, y de los que sabemos que entran en letargo durante el invierno. Lo que no está tan claro es si ese letargo puede ser considerado hibernación, ya que solo reducen ligeramente su temperatura corporal; el letargo de los osos consiste en una hipotermia superficial. El animal de mayor tamaño que hiberna en sentido estricto es la marmota alpina, que con sus cinco kilos de peso, se encuentra muy lejos de las grandes masas propias de los osos.
Como antes he señalado, la razón de la hibernación es el ahorro energético que conlleva. Pero ocurre que cuanto mayor es un animal, menor es la cantidad de energía que ahorran al hibernar, ya que existe una relación inversa entre ambas variables, cantidad de energía que se ahorra y masa corporal. La tasa metabólica de los animales pequeños es muy alta a niveles normales de actividad, pero cuando hibernan esa dependencia con el tamaño es mucho menor; esto es, en estado de hibernación la tasa metabólica no se reduce tanto al aumentar el tamaño de los animales como lo hace cuando la actividad es la normal.
Veamos una comparación. La tasa metabólica normal de un murciélago de 20 g viene a ser del orden de 6 ml O2 g-1 h-1, mientras que se reduce a 0’03 ml O2 g-1 h-1 cuando se encuentra en estado de hibernación. Por lo tanto, hay una gran diferencia entre ambas, por lo que el ahorro que se produce al hibernar es de gran importancia. Por su parte, la tasa metabólica normal de una marmota alpina de 5 kg ronda los 0’5 ml O2 g-1 h-1, mientras que se reduce a 0’02 ml O2 g-1 h-1 en estado de hibernación. Así pues, el ahorro energético es muy inferior en este segundo caso. Recordemos de nuevo que la marmota alpina es el mamífero hibernante (entendido el término hibernación en sentido estricto) de mayor tamaño. Pues bien, en un hipotético animal de mayor tamaño que hibernase de ese modo, el ahorro llegaría a anularse, algo que en parte es debido al alto coste energético que conllevan los despertares fugaces dentro del periodo de hibernación. Así pues, esa modalidad de hibernación, -profunda hipotermia con despertares ocasionales-, no sería un buen negocio para animales de masa superior a los 5 kg. Los osos no hibernan de ese modo, y está clara la razón por la que no lo hacen: son demasiado grandes.