El depredador, si puede, se come a la presa, y esa relación condiciona la demografía de las dos especies. El depredador obtiene biomasa de ese modo, por lo que puede utilizarla para crear nuevos individuos de su misma especie. La presa, por el contrario, desaparece; por lo tanto, el número de ejemplares de la población a la que pertenece disminuye y el potencial para producir nuevos individuos también desciende[1]. Aunque la mayoría de las relaciones tróficas que existen entre las especies son más complejas, muchas de las que se dan en la naturaleza obdecen, en lo esencial, a ese modelo.
Hace poco tiempo hemos sabido que los depredadores, además del efecto directo que ejercen sobre las presas a través de la mortalidad, causan un daño adicional sobre ellas, lo que conlleva un efecto negativo asociado sobre la demografía de sus poblaciones. La culpa la tiene el miedo de las presas. Esto es, al menos, lo que se ha observado en estudios realizados con Melospiza melodia. Porque resulta que el gorrión melódico, que es así como se llama esta especie en lenguaje vulgar, pone menos huevos en cada puesta cuando se encuentra amenazado por la presencia de depredadores.
El comportamiento de Melospiza se modifica de forma muy marcada cuando percibe la amenaza de depredadores: hacen sus nidos en zonas de vegetación más densas, tienen un comportamiento más miedoso o prudente, permanecen durante menos tiempo en el nido incubando los huevos, y por último, los padres frecuentan menos el nido para alimentar a los polluelos tras la eclosión de los huevos. Como consecuencia de ese comportamiento, la probabilidad de que eclosionen los huevos es menor, como también lo es la probabilidad de que los pollos alcancen con vida el momento de abandonar el nido. Esos son los costes que se derivan del miedo que tienen las presas potenciales a sus depredadores, y como consecuencia de esos costes, el número de crías de una madre atemorizada se reduce hasta en un 40% por comparación con el de las que no sufren amenaza ninguna.
¿Cuál es la razón de que se produzca ese efecto? ¿Por qué ponen menos huevos las hembras atemorizadas? ¿Por qué es menor su esfuerzo reproductivo? ¿Por qué esos costes? Esas preguntas no tienen una respuesta fácil, pero seguramente, ese es el comportamiento que más beneficio reporta cuando es alta la probabilidad de que sean atrapadas las crías recién nacidas o de corta edad. La lógica subyacente a ese comportamiento sería la siguiente: en condiciones de alto riesgo no tendría mucho sentido dedicar un gran esfuerzo a la puesta, a incubar los huevos y a atender a las crías, porque también sería alta la probabilidad de que se perdieran los frutos de todo ello. Escatimando esfuerzos bajo condiciones de alto riesgo de depredación se conseguiría, sin embargo, ahorrar recursos que podrían ser utilizados en una posterior época reproductora, asumiendo que el riesgo de depredación no es constante a lo largo del tiempo.
En cualquier caso, lo que está claro es que la percepción del peligro de depredación ejerce efectos muy negativos sobre la demografía del gorrión melódico. Y por lo tanto, los depredadores ejercen, como antes he señalado, una doble influencia negativa: por un lado la directa, a través de la mortalidad que causan, y por el otro, la indirecta que ocasionan a través del miedo.
Fuentes:
Thomas E. Martin (2011): “The Cost of Fear” Science 334: 1353-1354
Liana Y. Zanette, Aija F. White, Marek C. Allen, Michael Clinchy (2011): “Perceived Predation Risk Reduces the Number of Offspring Songbirds Produce per Year” Science334: 1398-1401
[1] Es normal que se establezca un equilibrio entre depredadores y presas, pero también puede ocurrir que uno de los dos desaparezca.