La capacidad de la gacela Thomson para mantener la cabeza a una temperatura segura mientras el resto del cuerpo se calienta bastante por encima de esa temperatura no es ninguna excepción; muchos mamíferos y aves son capaces también de realizar eso que los anglosajones denominan “selective cooling” (enfriamiento selectivo). La mayor parte de los que tienen esa capacidad la basan, como las gacelas, en un sistema de “rete mirabile” e, incluso, durante años se ha pensado que ese era el único sistema que podían utilizar los homeotermos con ese fin.
El fisiólogo polaco Michael Caputa, sin embargo, en una revisión publicada hace seis años, sostiene que no es imprescindible contar con un sistema de intercambio de calor como ese para realizar la “refrigeración selectiva” del cerebro y, por otro lado, el tener una “rete” no asegura que se pueda realizar tal refrigeración. De hecho, hay mamíferos, como el camello, que a pesar de tener una red carotídea muy desarrollada, tienen una capacidad muy limitada para enfriar de forma selectiva su cerebro y sin embargo, la del perro, a pesar de no estar muy desarrollada, es muy eficiente.
Por otra parte, las aves, en lugar de la red carotídea, utilizan una red oftálmica con el mismo propósito. Entre éstas las hay con una “rete” muy simple y de capacidad limitada para refrigerar el cerebro (diamante mandarina, p. ej.). Pero del mismo modo, también las hay con capacidad de enfriamiento selectivo y que carecen de red alguna, como el colibrí.
Así pues, no es preciso contar con una red que funciona como intercambiador de calor para poder enfriar el cerebro. De hecho, tal y como explica Caputa, en vez de enfriar la sangre arterial, hay otro modo de mantener el cerebro a temperatura inferior a la del resto del cuerpo, que es el que se ha encontrado en algunos mamíferos y que consiste en que sea la sangre venosa la que lo enfríe directamente. Con ligeras variantes ese el mecanismo empleado por conejos, cobayas y ratas. Al parecer, en caso de hipertermia se envía más sangre venosa al cerebro. Esa sangre venosa se ha enfriado al pasar por las superficies nasales, desde donde se disipa calor hacia el exterior.
De acuerdo con Caputa, es muy posible que el mismo mecanismo opere en los seres humanos para proteger nuestro cerebro de la hipertermia. No se ha confirmado experimentalmente esta hipótesis, ya que no se ha medido nunca la temperatura del cerebro de individuos sanos con hipertermia, pero sí se dispone de evidencias indirectas en ese sentido. En todo caso, y tal y como podemos comprobar en cada verano, no en todos los casos resultan eficaces estos mecanismos.