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El pez de sangre blanca

En las gélidas aguas de la Antártida viven los peces de la familia Channichthydae, uno de los grupos de vertebrados más singulares que existen. Su sangre carece de hemoglobina, y sus músculos de mioglobina. Son raros, muy raros. Al carecer de pigmento respiratorio, su sangre no tiene el color rojo característico de la sangre de vertebrados; son blanquecinos, casi translúcidos. Se les llama peces hielo o dracos. Carecen de hemoglobina porque no es funcional un gen que codifica la síntesis de la ß-globina, una de las cadenas peptídicas que conforman la hemoglobina. ¿Por qué han perdido la hemoglobina estos peces en el curso de su evolución? ¿No necesitan hemoglobina para captar el oxígeno y llevarlo a las células?

La primera pregunta no tiene una respuesta fácil. En opinión de los especialistas, la sangre de los dracos tendría una viscosidad excesiva si tuviera hemoglobina, tanto si ésta se encontrase en suspensión coloidal como si estuviese dentro de los eritrocitos. El hematocrito de la sangre de los vertebrados es, aproximadamente, de un 46% y su viscosidad viene a ser tres veces más alta que la del plasma sanguíneo. Pero además, la viscosidad depende de la temperatura, de manera que cuando baja ésta, aquélla se eleva. Por esa razón la viscosidad de los fluidos corporales de los peces que viven a temperaturas, por encima o por debajo, muy próximas a los 0ºC, puede llegar a ser muy alta. Y puede acentuarse de forma considerable cuando en esos fluidos hay sustancias como la hemoglobina. Bajo esas circunstancias, la alta viscosidad elevaría en exceso el coste energético que conlleva el bombeo de sangre y podría llegar, incluso, a dificultar de forma severa ese bombeo. Y esa es, posiblemente, la razón por la que algunos peces adaptados a vivir en aguas gélidas han “prescindido” de la hemoglobina en el curso de la evolución. Se trataría de una adpatación al frío. El de estos peces es quizás un caso extremo, pero no constituye una anomalía, pues otros peces adaptados a aguas frías tienen de hecho menos glóbulos rojos que los peces de aguas más templadas. Los peces-hielo serían, por lo tanto, el extremo de una tendencia de carácter general.

La respuesta a la segunda pregunta es, evidentemente, que no necesitan el pigmento. Si fuera de otra manera no habrían podido sobrevivir y perpetuarse. Lo cierto es que el único mecanismo de transporte de oxígeno, aparte del movimiento sanguíneo, es la disolución en el plasma y su difusión a los tejidos. No hay más. Los peces podrían, quizás, haber reducido su tamaño: de esa forma se facilita enormemente la difusión del oxígeno, pero en su evolución se ha descartado ese camino. La especie Chaenocephalus aceratus, por ejemplo, tiene ejemplares de medio metro.

Lo que parece claro es que estos peces tan sólo pueden colonizar medios como el de las aguas antárticas. Tienen una alto grado de oxigenación y la temperatura se mantiene por debajo de los 2 ºC durante todo el año. A esa temperatura (ambiental y corporal) el oxígeno se disuelve con gran facilidad. Por otro lado, al ser animales poikilotermos, su actividad metabólica es muy baja, por lo que bajas son también sus necesidades de oxígeno. Y a lo anterior, cabe añadir dos adaptaciones anatómicas muy importantes a los efectos que nos ocupan. Por un lado, tienen un corazón muy grande, que bombea entre cinco y diez veces más sangre que la de los otros peces de tamaños similares. Y por el otro, también tienen capilares sanguíneos muy gruesos; eso facilita enormemente el flujo sanguíneo, puesto que la resistencia al flujo depende mucho (negativamente) del diámetro del tubo. Como consecuencia, se facilita la irrigación de los tejidos y por tanto, la transferencia de oxígeno.

A lo anterior, cabe añadir que en estos peces la superficie corporal cumple también, como en los anfibios, el papel de superficie respiratoria, lo que disminuye de forma notable la necesidad de un eficiente sistema de transporte de gases. De hecho, tienen branquias muy pequeñas, su piel carece de escamas y en la dermis hay abundantes vasos sanguíneos, lo que aumenta de forma considerable la eficiencia en la transferencia cutánea de oxígeno. Quizás por ello no han tenido que reducir su tamaño corporal.

En definitiva, esta historia ejemplifica a la perfección el dicho aquel de “a grandes males grandes remedios”, porque sólo así cabe calificar el haber prescindido de algo tan común y básico como el pigmento respiratorio.

Nota: Esta entrada está adaptada de la historia “Odol zuriko izotz arrainak“, publicada por Miren Bego Urrutia en Uhandreak.

Por Juan Ignacio Pérez

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