Puestos a buscar, es casi seguro que encontraremos peces en cualquier lugar del océano, incluso en enclaves en los que parece imposible. Por ejemplo, cabría pensar que difícilmente podrían encontrarse peces en aguas que se encuentran a temperaturas inferiores al punto de fusión (punto de congelación), puesto que los líquidos internos de los peces estarían congelados a esas temperaturas. Las cosas, no obstante, no son tan sencillas cuando los líquidos en cuestión no son puros, sino disoluciones acuosas. La concentración salina de los teleosteos marinos, -que son la gran mayoría de los peces de mar-, es tres veces más baja que la del agua marina. Como es sabido, el agua destilada se congela a
No debiera haber, pues, peces en aguas cuya temperatura es inferior a -0’8 ºC, puesto que por debajo de esa temperatura sus líquidos corporales debieran estar congelados. Pero, por increible que parezca, sí hay peces a temperaturas inferiores a esa, y los hay porque sus líquidos corporales, contra lo que cabría esperar, no se congelan. La razón de esa paradoja es que los peces que viven en esas aguas tan frías acumulan en su interior sustancias que tienen efecto anticongelante. Así, los peces que viven en el Océano Antártico acumulan glucoproteínas[1] en su interior, que es lo mismo que hacen los bacalaos de los mares septentrionales. Pero hay otras sustancias que sirven al mismo propósito. De hecho, las sustancias más utilizadas para evitar la congelación son los péptidos[2]. Y hay peces que utilizan moléculas aún más simples, como la glucosa; Fundulus heteroclitus, por ejemplo, acumula glucosa, un simple azucar.
Fuera del mar también hay organismos que recurren a solutos anticongelantes. Fundulus heteroclitus no es la única especie que acumula glucosa en su interior; algunos anfibios recurren también a ella. Y otros han optado por el glicerol, otra sustancia relativamente simple también.
Sea cual fuere la molécula utilizada, todas ellas tienen una característica común: se trata, en todos los casos, de moléculas orgánicas. Y esa característica, su condición orgánica, la comparten con los anticongelantes que utilizamos en los radiadores de los automóviles cuando llega el invierno. Así pues, también en este caso los seres vivos se han adelantado millones de años a algo que los fabricantes de automóviles creyeron inventar hace tan solo unas cuantas décadas.