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Soldados del Imperio

No hay nada como tener un imperio. Permite muchas cosas, y entre esas cosas, disponer de un enorme caudal de información. Tras la II Guerra Mundial el ejército norteamericano se extendió por la geografía de todo el planeta. Sus bases, acuertelamientos y guarniciones llegaron hasta los confines más remotos. Y gracias a ello disponen de abundante información de todo tipo. Saben, por ejemplo, cuánto comen sus soldados en unas y otras localidades. Y no comen lo mismo en unos sitios y en otros.

Lo cierto es que a partir de esa información, hoy sabemos que existe una curiosa relación entre la cantidad de alimento que consumen los soldados y la temperatura media de la localidad en la que se encuentran. La relación es negativa, por supuesto: comen más cuanto más baja es la temperatura ambiental. Expresado en unidades de energía, los soldados acantonados en una localidad cuya temperatura media es 35ºC consumen, en forma de alimento, 3.100 kilocalorías diarias, mientras que aquellos cuyo entorno se encuentra a una temperatura media de -30ºC, llegan a consumir 5.000 kilocalorías por día. Estos son los datos extremos, pero la dependencia negativa existente entre ambas magnitudes, -ingesta calórica diaria y temperatura ambiental-, es muy clara para el conjunto de 22 acantonamientos de los que se tiene información precisa. Ni que decir tiene que esta información es importantísima para el ejército norteamericano, porque les permite presupuestar y planificar correctamente el suministro de provisiones de alimento a sus militares ubicados en diferentes partes del globo. Pero también es una información muy útil para nosotros, los fisiólogos.

A mi juicio, esa relación negativa se deriva de las distintas necesidades que impone la regulación térmica en unas y otras localidades. Como pudo concluirse de la historia de los pingüinos emperadores, resulta carísimo hacer frente al frío. Los pingüinos, al verse obligados a ayunar, deben recurrir a las reservas mientras incuban el huevo. Los soldados, sin embargo, pueden alimentarse y, tal y como indican los datos presentados, comen más en los lugares donde hace más frío.

Por lo tanto, parece claro que se necesita comer más cuando hay que hacer frente a las mayores pérdidas de calor que se experimentan en climas fríos, porque esa mayor ingestión de alimento es la que permite disponer del combustible necesario para compensar las pérdidas de energía en forma de calor. Esto es así porque para poder mantener constante la temperatura corporal, la pérdida y la ganancia de calor deben ser iguales y, por lo tanto, cuanto mayor es la pérdida, mayor ha de ser también el calor que ha de generarse. Debe tenerse en cuenta que, al contrario que la mayor parte de los animales, la principal fuente de calor de aves y mamíferos es endógena, esto es, es su propia actividad metabólica. Por ello, para poder elevar la producción de calor hay que elevar la tasa metabólica y ello implica un mayor gasto de energía. Ese mayor gasto proviene de las reservas lipídicas en el caso del pingüino emperador y, como aquí se ha visto, del alimento en el de los soldados.

No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, pero al menos a mí me ocurre que cuando hace frío tiendo a comer más. O, al menos, eso me parece.

Por Juan Ignacio Pérez

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