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Mira como beben los peces en el río…

Estas palabras están tomadas de una conocida canción de Navidad. Más en concreto, están tomadas de su estribillo, que reza como sigue: “Pero mira como beben los peces en el río, pero miran como beben al ver al Dios nacido, beben y beben y vuelven a beber, los peces en el río al ver a Dios nacer”. Pues bien, consideraciones literarias al margen, el estribillo no acierta, por la sencilla razón de que los peces de río no beben.

Cuando observamos el comportamiento de los peces en acuarios, o en estanques o ríos, vemos que, efectivamente, abren y cierran la boca una y otra vez. Pero lo hacen para respirar, no para beber. De hecho, si bebieran tendrían un grave problema. Dado que viven en agua dulce, la concentración de sales en sus fluidos corporales es muy superior a la del medio en que se encuentran y bajo esas condiciones, el agua tiende a fluir al interior del organismo. Si no se opusiese ningún obstáculo a esa entrada, el pez llegaría, en teoría, a explotar, ya que no se podría mantener la integridad del organismo antes de que se equilibrasen las concentraciones interna y externa.

Esa es la razón por la que los peces de agua dulce deben a toda costa evitar que les entre agua y a tal efecto disponen de dos mecanismos, ambos extraordinariamente simples. El primero consiste en dotarse de una superficie corporal impermeable al agua y el segundo en no beberla[1]. Son mecanismos simples y eficaces, pero limitados, porque a pesar de ellos, siempre se produce una cierta entrada de agua dulce al interior del pez. La entrada de agua se produce a través de los epitelios, como el digestivo y el respiratorio, que no pueden impermeabilizarse. Ambos, para realizar de forma eficaz su función, deben permitir el paso a su través de compuestos nutricionales y de gases, respectivamente, lo que no sería posible si fuesen impermeables.

Por las razones dadas, es inevitable que se produzca una cierta entrada de agua al organismo. Por esa razón, para mantener el equilibrio es preciso eliminar importantes volúmenes de agua en forma de orina. A ello se debe que los animales de río sean los que mayores cantidades de orina producen en el reino animal. La carpa dorada (Carassius auratus), muy abundante en acuarios ornamentales, tiene una tasa de producción de orina de 0’144 ml/h. De esa cantidad, 0’005 ml/h es lo que corresponde al agua que, a pesar de todo, no pueden dejar de beber y el resto (un 95%) corresponde al agua que ha invadido el organismo a favor del gradiente osmótico.

Eliminar grandes volúmenes de agua en forma de orina tiene, no obstante, su contrapartida. Los peces de agua dulce producen la orina filtrando plasma; se origina así la que denominamos orina primaria. Al haberse producido por filtración plasmática, esa orina primaria tiene la misma composición iónica que el propio plasma. Por ello, si se eliminase tal y como se origina, junto con el agua se eliminarían también muchas sales, por lo que como consecuencia de todo ello, la concentración de sales en los fluidos internos se reduciría peligrosamente[2]. Por lo tanto, debe adoptarse alguna medida que evite o contrarreste esa situación. Y efectivamente, son dos los mecanismos que operan para mantener neutro el balance salino.

Por un lado, una parte de las sales contenidas en la orina primaria son reabsorbidas en el riñón antes de su expulsión. De hecho, la orina tiene una concentración osmótica muy inferior a la del plasma. Y por otro lado, los peces de agua dulce absorben sales monovalentes y lo hacen a través del epitelio branquial. Ambos procesos, reabsorción renal y absorción branquial, son procesos activos, por lo que requieren gasto de energía.

Como se ha podido comprobar, la vida en agua dulce tiene sus complicaciones. Aquí nos hemos ocupado de los peces, pero al igual que estos, hay un buen número de animales pertenecientes a otros grupos que viven en aguas dulces y todos ellos han de hacer frente a los problemas derivados de la entrada excesiva de agua y de la pérdida de sales. Pues bien, en lo sustancial, todos ellos recurren a mecanismos muy similares para mantener los balances hídrico y salino.



[1] En realidad sí deben beber algo de agua, la necesaria para incorporar los iones divalentes que necesitan.

[2] Por razones que no vienen al caso, la mayor parte de los animales requieren que la composición y concentración salina, tanto del medio interno (plasma, hemolinfa, líquidos intersticiales, etc.) como del medio intracelular, se mantengan dentro de determinados valores.

Por Juan Ignacio Pérez

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