En las costas de Bretaña y Gran Bretaña ocurre en ocasiones un curioso fenómeno: sus playas aparecen de color verde, como si estuviesen teñidas, o como si hubiese proliferado alguna especie de alga en ellas. De cerca, sin embargo, se ve claramente que no son algas las que le dan a la playa ese color. Las algas son incapaces de moverse por sí mismas cuando se encuentran en tierra firme y, sin embargo, “eso” que está encima de la arena o el fango, se mueve. No son algas, son animales, gusanos para más señas. Se trata de gusanos planos de
Si se coloca un ejemplar joven de la especie bajo el microscopio puede verse con facilidad que el intestino y las células parenquimáticas se encuentran llenas de microalgas del género Tetraselmis. Esa es la razón del color verde de los gusanos. Symsagittifera tiene un modo de vida muy especial. En la etapa juvenil ingiere las microalgas pero no las digiere y se quedan en su interior adoptando una forma simbionte de vida. Por su parte, las microalgas no pierden la capacidad fotosintética y, gracias a ello, se convierten en una importante fuente de energía para el gusano. En un único gusano plano se han llegado a contar hasta veinticinco mil microalgas.
Al alcanzar la madurez el gusano experimenta una serie de cambios anatómicos muy importantes, puesto que pierde boca e intestino en ese periodo de la vida. A partir de ese momento, las microalgas se convierten en la única fuente de energía de Symsagittifera; podría incluso afirmarse que se ha convertido en un ser vivo autótrofo. Es un animal, sí, pero un animal muy especial: la energía la obtiene del sol y el carbono del dióxido de carbono.
Como es lógico, y dado su especial modo de vida, ha desarrollado adaptaciones adecuadas para optimizar la captación de luz solar. Aunque tiene un sistema nervioso muy sencillo, Symsagittifera tiene dos ojos del tipo de copa pigmentaria y un estatocisto en la zona anterior. Gracias a esas dos estructuras es capaz de realizar los movimientos necesarios para orientarse de forma que reciba la luz solar del modo más eficiente.
Así pues, queda claro que lagartijas y seres humanos no son los únicos animales a quienes gusta tomar el sol, aunque hay que convenir que en cada caso las razones son muy diferentes.