Si los los medios de comunicación deberían ser extremadamente rigurosos con todas las informaciones que publican, este celo debería ser aún mayor con todo lo referente al terrorismo. ETA ha vuelto a actuar en Mallorca y las noticias, desde hace dos semanas, no pueden ser más divergentes.
Recordemos que tras el atentado de los dos guardias civiles, se comenzó asegurando que los terroristas todavía se encontraban en la isla; así justificaban el espectacular despliegue policial que cerró todas las salidas de la misma. Pocas horas después, la situación cambió por completo. Los asesinos habían utilizado bombas lapa con temporizadores para poder escapar antes del previsible despligue policial. “Entraron como turistas”, dijo el ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, con su habitual (y excesivo) arrojo a la hora de informar sobre estos asuntos.
El nuevo giro de tuerca ha llegado este mismo fin de semana. Las tres bombas colocadas por los etarras hacen pensar, ni más ni menos, que en un comando estable en la isla. ¿Pero no habían escapado hace ya dos semanas? ¿En qué quedamos? ¿No se organizó toda una campaña de imagen con la participación de la Familia Real para hacer ver que Mallorca era segura? El desbarajuste es tal, que hoy mismo El Mundo publica que la policía baraja la hipótesis de los autores podrían haber escapado por mar mientras que El País titula diciendo que “Interior sospecha que todavía dos etarras continúan en Mallorca”.
En este ámbito parece que sólo hay dos verdades indubitables: que ETA debe desaparecer y dejarnos vivir en paz de una vez, y que el Gobierno debería ser más serio con las informaciones a las que da pábulo. Es cierto que por una necesidad de autolegitimación, no puede permanecer callado en estos asuntos; lo único que no puede permitirse es la inacción. Pero un simple análisis de sus declaraciones lleva a unas contradicciones demasiado evidentes.