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Jon Garay

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¿Alguien se acuerda del Airbus?

Hace ya tres semanas que el Airbus de Air France se estrelló en el océano Atlántico. 228 personas perecieron en un accidente de cuyas causas poco se sabe y por el que los medios ya han comenzado a olvidarse. Esto no es nada nuevo, pero es interesante exponer el modelo que se sigue para informar de estas tragedias y el tipo de “humanidad” que trasluce. Las etapas que necesariamente se suceden son las siguientes:

1) Alarma general: con el conocimiento de la tragedia, se desata una asombrosa fiebre informativa. Se trata de dar todas las noticias que surjan, tengan sentido o no. En el caso del Airbus, en esos primeros momentos se dijo que el aparato había desaparecido sin dar ninguna señal de aviso; pero tiempo después se ha afirmado que dio 24 señales de alarma. Ni que decir tiene que las portadas de los periódicos abrirán con el accidente al día siguiente y llenarán sus páginas con todos esos intentos de explicación nacidos de la fiebre informativa. Como ya se ha dicho, aquí vale prácticamente todo: desde la congelación de los medidores de velocidad del aparato hasta un atentado. Además, se buscan antecendentes que demuestren fallos técnicos en el avión siniestrado.

2) Dos días después, la noticia sigue en portada y se empiezan a contar “historias humanas”. Con el objetivo -dicen- de acercar la tragedia al lector, se rebusca entre las historias de los pasajeros aquéllas que resulten más llamativas para subrayar lo evidente: lo trágico de una tragedia. Generalmente son historias de personas del país del medio de comunicación que se trate, pero no es éste una condición sine qua non. “El lector pide estas historias”, aseguran los periodistas.

3) Al tercer día comienzan a aparecer más hipótesis que normalmente nada tienen que ver con las ofrecidas al calor de la noticia. Se multiplica el recurso a los expertos en busca de explicaciones, se siguen contando “historias humanas” y se intenta dar con un chivo expiatorio.

4) El accidente comienza a diluirse en el tráfago de noticias. Ya no se abre con ello el periódico y si sigue en portada, ya tiene una importancia menor. La fiebre ha pasado y comienza el proceso de “desmemorización” hasta que al cabo de una semana o poco más se deja de mencionar el accidente.

Visto este modelo aproximado, cabe plantearse la “humanidad” que refleja. El contar esas historias personales supuestamente sirve para que el lector empatice con el desastre, para que se percate de que los fallecidos no son una simple cifra. Pero ¿es más humano seleccionar -pongamos- cinco casos y olvidar los 228 restantes que obviar todo ese morbo informativo que hace perseguir a los familiares de las víctimas en el aeropuerto de París? Es más, ¿a qué viene esa insistencia en buscar las historias humanas en un primer momento si al cabo de unos días se procede a olvidar todo lo relativo a la tragedia?

Probablemente el olvido sea la mayor de las deshumanizaciones ideada por el ser humano., pero al mismo tiempo es un recurso profundamente humano. Sería imposible soportar el dolor que supone tomarse como algo personal todas las tragedias que sacuden el mundo. En definitiva, lo más humano, por terrible que pueda parecer, es tratar a esas víctimas por igual sin caer en la demagogia de acercarse a unas pocas y alejarse de ellas inmediatamente después. Eso sirve, sí, para vender, pero no para hacernos más humanos. Vender no es malo; lo “malo” es no reconocerlo.

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