“Trabajar es tan malo, que hasta pagan por hacerlo”, escribió un día alguien con un fino sentido del humor y gran agudeza. Y es que la forma que tenemos de afrontar el trabajo queda reflejado perfectamente en esta afirmación: trabajo es aquella actividad que nos obliga a madrugar, que implica hacer algo que no nos gusta y que nos obliga a estar gran parte del día fuera de casa. Si a eso se le suma que casi nadie está satisfecho con su salario, no es de extrañar que el trabajo se convierta en lo peor de la vida. Pero hay más: esto que es lo peor de la vida es indispensable para la misma. Ya lo dijo Lenin con el ‘comunismo de guerra’: “el que no trabaja no come”.
Fue Max Weber quien señaló que el capitalismo se había servido de la ética protestante para crecer de la forma en que lo hizo desde el siglo XVI. ¿En qué consistía esa ética que se convirtió en el auténtico espíritu del sistema? En la concepción del trabajo como una vocación, como el cumplimiento de un deber designado por Dios. De esta forma, el trabajador protestante (en concreto, calvinista) se entregaba al trabajo haciendo de éste el leitmotiv de su vida. Trabajar era todo lo contrario que un infierno; era el destino de su vida.
En nuestro días, esta mentalidad es inconcebible; nada más lejos del ocio que el trabajo. Todas las empresas lo saben, pero sólo algunas tratan de cambiar la imagen que sus empleados tienen de su tarea. Hacer de su ocupación algo agradable e integrado en su vida es el objetivo. Nike tiene en su sede de Oregon piscinas, pistas de atletismo, canchas de baloncesto, etcétera que pueden ser utilizadas por sus empleados; Microsoft también permite a sus empleados llevar un modo de vida mucho más flexible para que puedan conciliar la vida laboral con la familiar, y Google se ha hecho célebre por lo relajado de su campus. El ambiente laboral importa, y mucho, en la productividad de los trabajadores. Seguro que para ellos no es tan sacrificado acudir al trabajo ni sus caras reflejan el hastío que todos los días se puede ver en el metro.
Un paso más allá lo dio hace años 3M y lo ha adoptado la propia Google: permitir a los empleados dedicar parte de su tiempo laboral a proyectos personales. Un 15-20% de su jornada lo “gastan” en sus “ocurrencias”. Los post-it, esos papelitos que se usan para escribir notas y pegarlas en cualquier sitio, son resultado justo de eso, de ese tiempo que aparentemente no resulta productivo para la empresa. Google News es otro. ¿Lo mejor de esta política? Que el trabajador contribuye a los resultados de la empresa disfrutando de lo que hace; al fin y al cabo, es idea suya.
Así las cosas, lo imposible podría no ser tal: trabajar y disfrutar al mismo tiempo. En estos tiempos de ERE, los empresarios deberían darse cuenta de que los trabajadores (los buenos trabajadores, se entiende) nunca son un gasto, sino una inversión. Y aunque parezca contradictorio, dar rienda suelta a los intereses de los mismos podría servir para mejorar la propia empresa. De esta manera ganaría el patrón y ganaría el marinero.