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Jon Garay

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El día que Gainza ganó a Di Stéfano y eclipsó a Pelé

El 29 de junio de 1958 se jugó la final del Mundial de fútbol de 1958. Brasil, con Didí, Zagallo, Garrincha y Milton Santos en sus filas, batió a Suecia por cinco goles a dos en una fecha que pasaría a la historia por otra razón: la eclosión de un jovencísimo Pelé. La imagen de aquel muchacho de aspecto frágil y puntería insospechada sorteando con un sombrero a Gustavsson y empalando el balón a la red es una de las más reproducidas del fútbol.

Sin embargo, aquel domingo Bilbao estaba más pendiente de otro acontecimiento. Aquel día, los leones jugaron y ganaron una de las finales de Copa más recordadas de su historia, la que supuso la victoria sobre el Real Madrid. El partido no se presentaba nada fácil. El rival acababa de ganar su tercera Copa de Europa tras batir al Milán y contaba en sus filas con Alfredo Di Stéfano. Esa misma temporada habían vapuleado por 6 a 0 a los rojiblancos en el partido de liga disputado en Madrid y se impusieron por un claro 0 a 2 en San Mamés. Por si no fuera suficiente, la final se disputaba en el Santiago Bernabéu, a pesar de que Enrique Guzmán, el entonces presidente del Athletic, había solicitado jugar en un campo neutral. Incluso el ministro de la Gobernación, el ‘duro’ Camilo Alonso Vega, tuvo que intervenir para que Guzmán cejara en su empeño.

Todo pintaba entonces en contra de los leones hasta que en el minuto 20 del primer tiempo saltó la sorpresa. Arieta, en el borde del área, eludió la marca de Santamaría y con un disparo cruzado batió a Alonso, el portero madridista. El estupor no cundió del todo entre los aficionados porque sólo tres minutos después, cuando el equipo blanco no se había recuperado de ese primer golpe, Mauri marcó de bolea el tanto que sentenciaría el encuentro. El Real Madrid, sin Gento, Puskas ni Kopa –estos dos por ser extranjeros-, recurrió a los balones aéreos y al ataque a la desesperada, pero no surtió efecto. Con una férrea defensa, el Athletic había llevado el partido al terreno físico y los hombres dirigidos por Luis Carniglia nada pudieron hacer. La superioridad de los ‘aldeanos’, como fueron conocidos desde entonces aquellos jugadores por la diferencia que les separaba de los madridistas, no admitió duda e incluso Carmelo, el portero rojiblanco, aseguró que había sido más fácil de lo esperado. Como el propio Di Stéfano reconocería en los vestuarios, “el Atlético de Bilbao ha jugado más y mejor que nosotros y su victoria ha sido justa y legítima ¿Para qué restar mérito al Atlético de Bilbao?”.

Todo estaba preparado para la vuelta de honor de los ganadores. Piru Gainza, el veterano capitán, se disponía a levantar su séptima Copa, “su” trofeo, en su novena final. Sólo un año después pondría fin a una larga carrera iniciada en 1940. Llevado en volandas por sus compañeros, su imagen con el trofeo en las manos es quizás la más bella de la historia rojiblanca. Ese día ocurrió lo imposible: Gainza, el ‘aldeano’ de rostro anguloso y pelo engominado, ganó a Di Stéfano y eclipsó a Pelé.

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