Resulta que las vacaciones de Semana Santa de este año hacen que durante tres días (desde el miércoles hasta el viernes) el país esté cuasi paralizado. En una entrada anterior ya escribí sobre la necesidad de escalonar las fiestas y evitar que todos tengamos las vacaciones al mismo tiempo. Todos debemos descansar, pero si lo hiciéramos más racionalmente, todo seguiría funcionando de una manera más o menos normal. ¿Es de recibo que no se puedan hacer compras -y me refiero a comida, no a ropa o artículos accesorios- durante tantos días? ¿Por qué el Eroski no ha podido abrir al menos un día como era su deseo? Los pequeños comerciantes apelan al derecho de todos al descanso; pero se trata -evidentemente- de proteger sus intereses económicos. ¿Acaso el día 24 y 31 de diciembre no abren hasta bien entrada la tarde? ¿Por qué no descansar entonces? Las ventas, claro.

Sin embargo, por mucho que se esfuercen, tienen todas las de perder por una cuestión de puro número: ellos son pocos y los consumidores, muchos. Los lamentables horarios de trabajo hacen que precisamente aquellos días en que la mayoría libra, los comercios cierran. Ello trae al menos dos consecuencias: la primera, que no se pueden hacer las compras con tranquilidad, y la segunda, el perjuicio para una economía basada en gran parte en el consumo privado. A no mucho tardar y como sucede en Madrid, los horarios se liberalizarán pese a quien pese.

Además de los comercios, ¿por qué cierran polideportivos, bibliotecas, universidad e incluso ayuntamientos? ¿Por qué no poder hacer deporte, leer, estudiar o acudir a la casa consistorial cualquier día de la semana? Recordemos -otra vez- que vivimos en una sociedad de servicios. Insisto, bastaría un poco de lógica para que esta sinrazón pasase a mejor vida. ¡Abran, por favor, aunque sea sólo por la mañana!

Aletheia