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Jon Garay

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El gran tema

Ya ha entrado en campaña el gran tema de los próximos años: la inmigración. Hasta este momento, la economía había acaparado la precampaña electoral (dejando a un lado la escisión evidente del PP entre Aguirre y Gallardón. Por cierto, ¿cómo es posible que una persona tan aborregada como Aguirre -recordemos su paso por el ministerio de Cultura- tenga semejante poder?); pero la propuesta de contrato para el inmigrante de Rajoy ha levantado la liebre.

Las respuestas han sido las que cabían esperar: xenofobia, racismo, insolidaridad…, respuestas típicas de la izquierda. En un post anterior aposté por tratar de estudiar las ideas sin atender a un posible origen en la izquierda o en la derecha; pero está visto que los políticos prefieren aferrarse a su sistema doctrinario. Desde mi punto de vista, habría que analizar si verdaderamente podemos aceptar más inmigrantes, si nuestro fabuloso sistema sanitario puede absorberlos, si nuestro estado de bienestar puede asumir más costes de los que ya tiene… De nada sirve hablar de insolidaridad, de infraclase, de desechos humanos (véanse los libros de Z. Bauman, el conocido sociólogo polaco) en el vacío.

Ojalá que el mundo no fuera como es y pudiésemos encontrar respuestas globales a problemas igualmente globales (pobreza, desigualdad…). Sin embargo, la distancia entre poder (global) y política (local; sigo aquí al citado Bauman), es decir, entre fenómenos que afectan a todo el globalizado planeta y lo que podemos hacer cada uno de nosotros o de nuestras pequeñas comunidades; es cada vez mayor. ¿Qué hacer entonces? Difícilmente puede impedir la acción local la desigualdad que arrasa, por ejemplo, África y que origina esa marea de refugiados; pero eso no significa que sea beneficioso abrir las puertas sin cortapisas, porque nos llevaría a la ruina a nosotros y a ellos (situación en la que, por otra parte, ya están, por lo que sería ahondar en tan horrible situación). Y esta ruina es la que enciende los ánimos de la población, que ve cómo vienen gentes de todos los lugares, reciben ayudas, son atendidos en hospitales… Es aquí donde empiezan verdaderamente los problemas, cuando se ve a los inmigrantes como parias y aprovechados.

Tenemos que ver que países con una larga tradición multicultural como Holanda han comenzado a exigir el conocimiento de su lengua y algunos otros requisitos que podríamos denominar “de sentido común”. Dejemos a un lado la estupidez del contrato y pidamos un mínimo de integración: idioma, respeto a las normas por nosotros compartidas (consideración respecto a la mujer, por ejemplo), trabajo…
Quienes quieran aferrarse a un país monocolor, mejor que vayan olvidándose; pero aquellos (Zapatero lo hizo ayer) que proclaman el respeto a la diferencia han de responder entonces a cuestiones como la ablación del clítoris, maltrato, etcétera. Imagino que no estarán de acuerdo y si no queremos juzgarlo moralmente (los autoproclamados multiculturalistas no tienen base para ello), podemos decir que aquí esas prácticas son, como poco, ilegales. Guste o disguste.

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