Hoy se cumplen 25 años de la tragedia del Challenger. El 28 de enero de 1986 este transbordador despegaba desde Florida. Su vuelo sólo duró 73 segundos. El mundo entero contempló en directo la explosión que acabó con la vida de los siete tripulantes y con parte del prestigio de la NASA. Para tratar de restañar el daño, el presidente Reegan estableció una comisión de investigación que aclarara las causas y evitara un nuevo desastre. ‘Comisión Rogers’, la llamaron, porque a la cabeza estaba William P. Rogers, que había sido secretario de Estado en la Administración Nixon. Entre los once miembros restantes estaban Neil Armstrong, David Acheson (hijo de Dan Acheson, exsecretario de Estado) el general Donald Kutyna o el Premio Nobel de Física Richard Feynman.
Seguramente el episodio más recordado de aquella investigación fue la rueda de prensa en la que Feynman introdujo una de las juntas del transbordador en un vaso de agua helada para demostrar la causa del accidente: la congelación de esa pieza desencadenó un serie de efectos que acabaron destruyendo la nave. El propio Feynman cuenta en el libro ‘What do you care what other people think?’ cómo dio con la solución y cómo preparó el experimento. Curiosamente la idea no fue suya, sino del general Kutyna, que además de militar era graduado en aeronáutica por el MIT. Ya desde el principio estos dos personajes hicieron buenas migas. De hecho, en la primera rueda de prensa de la comisón, en la que estaban sentados juntos, Kutyna se acercó a Feynman y le dijo: “Copiloto a piloto: péinate”. Y el científico respondió: “¿Me prestas tu peine?”.
Anécdotas al margen, un día el general le recordó a Feynman que la temperatura el día del despegue era de 28-29 grados Farenheit cuando la temperatura más fría hasta ese momento había sido de 53 (traducido a grados Celsius serían -2 y 11 respectivamente). Inmediatamente el físico se dio cuenta de lo que había ocurrido y empezó a preparar su demostración. Y para estar seguro de su efecto, lo probó antes de hacerlo ante los medios. “Aunque sabía que sería más dramático y honesto hacer el experimento por primera vez en la comparecencia pública, hice algo de lo que me avergüenzo un poco. Hice trampa. No lo pude resistir. Lo ensayé”.
La historia no terminó aquí. Resulta que en todas las comparecencias anteriores todos tenía un vaso de agua fría a su disposición. Pero no en esta ocasión. Feynman inmediatamente pidió uno para él; de ello dependía todo su argumento. Avanzaba la comparecencia y el agua que no llegaba. Cuando llegó, resultó que no sólo la traían para él, sino para todos. De ahí la tardanza. Finalmente pudo hacer su demostración y una de las claves del desastre quedó demostrada.
En el fondo de la tragedia estuvieron las discrepancias entre lo que pedían los administradores, impulsados por las urgencias de los políticos, y lo que los ingenieros realmente podían hacer. El ejemplo más claro está en las estimaciones que unos y otros tenían sobre las posibilidades de un error fatal en los lanzamientos. Mientras los segundos lo situaban en un 1%, para los primeros era de uno por mil. De ser cierta esta última, se hubiera podido lanzar un transbordador cada día durante 300 años con la esperanza de perder sólo uno.