Cualquier aficionado al deporte conoce de sobra las hazañas, por ejemplo, de Michael Phelps o Yelena Isinbayeva. Al margen del sinnúmero de medallas conseguidas, ambos son auténticos devoradores de récords. El norteamericano ha batido 38 marcas mundiales y la rusa, retirada momentáneamente, 27. Otro que se especializó en esta tarea fue Sergei Bubka, que durante años se dedicó a mejorar sus marcas en pértiga centímetro a centímetro. Así, hasta 35 veces. Pues bien, hubo un hombre que superó con mucho estas cifras. Se trata de Vasily Alexeiev y batió ¡80 veces! el récord mundial en su especialidad, la halterofilia.
La ‘grúa humana’, como fue bautizado este titán de 1.89 metros de altura y 163 kilos de peso, dominó imperturbable la categoría de los superpesados en la década de los setenta. Su historial deportivo es apabullante: entre 1970 y 1977 fue ocho veces campeón del Mundo, siete de Europa y logró la medalla de oro en los Juegos de Münich y Montreal. Fue durante estos años cuando Alexeiev acumuló la abrumadora marca de 80 récords mundiales. Nada pudieron contra él otras moles como el belga Serge Reding o el alemán oriental Gerd Bonk, de aspecto tan terrorífico o más que el del propio Alexeiev. Y un dato todavía más extraordinario: su primera marca mundial la estableció a los 28 años.
Atraída por sus éxitos, la revista Sports Ilustrated envió en 1974 a un periodista a conocer a al considerado hombre más fuerte del mundo. Alexeiev residía en la ciudad de Shakhty, situada a unos 800 kilómetros al suroeste de Moscú, no muy lejos del Mar Negro. Disfrutaba junto a su mujer, Olimpiada, a la que a veces confundían con su hija por la diferencia de volumen entre uno y otro, y sus dos vástagos, de una casa con jardín, un ‘Volga’ de cuatro puertas que valía unos 10.000 dólares de la época y un sueldo mensual de 500 rublos -en comparación, un minero ingresaba 200 y un profesor, 150-. Auténtico héroe nacional en la URSS, se le reservaban incluso los mejores alimentos, un hecho que recuerda a la Grecia clásica, donde los campeones en los Juegos solían recibir su sustento del erario público. (Como curiosidad, y según un artículo publicado por El País el 3 de septiembre de 1977, la dieta habitual de Alexeiev incluía dos kilos de carne, dos de fruta, dos botellas (grandes) de yogourt, 150 gramos de caviar y otros tantos de mantequilla y finalmente 200 gramos de queso blanco.)
En esa entrevista, Alexeiev le contaba al periodista su gusto por la jardinería (su orgullo eran sus tres tipos de fresa y sus pimientos búlgaros), su habilidad para la carpintería y su afición al canto. En su juventud, cuenta el forzudo, se había hecho popular cantando en bodas. Por el contrario, la televisión no le gustaba demasiado. “Hay demasiada literatura y música para perder el tiempo con la televisión”, afirmaba este seguidor reconocido de Tom Jones que contaba en su biblioteca con las obras completas de Lenin, el discurso de Brezhnev en el XIV Congreso del Partido, algunas obras de Jack London y un retrato de Stalin.
El final de la carrera de Alexeiev llegó en el peor momento, en los Juegos de Moscú de 1980. Fracasó en su primera tentativa. Apostó demasiado alto y perdió. Su aspecto imponente, sus pobladas patillas, su minúsculo mono rojo y su enorme barriga seguían ahí, pero su tremenda fuerza le había abandonado. Ofuscado, acusó a los funcionarios soviéticos de haberlo envenenado. Lejos quedaba 1970, cuando tras triunfar en el campeonato del Mundo celebrado en Estados Unidos, sosteniendo en una mano la copa de vencedor y en la otra a una pequeña dama de honor, afirmó: “Hoy le he tomado el pelo a América”.