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Jon Garay

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España-Holanda: ojo con mentar la rendición de Breda…

Desde que se conoció la final del Mundial entre España y Holanda han empezado a aparecer en los medios todo tipo de recordatorios de enfrentamientos entre ambos países. Y cuando digo enfrentamientos me refiero a eso, a enfrentamientos literales, a la guerra pura y dura. No sé si ha sido en Telecinco, La Sexta o Cuatro (he buscado el video, pero no lo he encontrado); el caso es que se ha mentado la rendición de Breda para animar el espíritu de victoria frente a los holandeses. Todo vale, supongo, para alimentar la esperanza. Lo malo es que por este rebuscar donde no se debe se cometen errores. Y mentar la rendición de Breda para ahuyentar los malos augurios no es una buena idea.

Los Países Bajos pertenecían a los dominios del Imperio español por la herencia borgoñona de Carlos V. Hijo de Juana la Loca -de quien heredó los territorios peninsulares, americanos e italianos- y nieto de María de borgoña -de quien obtuvo Borgoña y los citados Países Bajos-, ambas ramas del imperio tenían culturas, formas de entender la religión e intereses económicos incompatibles. La guerra fue la consecuencia de esta falta de entente. Felipe II mandó a los famosos tercios a sofocar la rebelión. Por entonces, la infantería del imperio español era la más potente de Europa.

¿Cómo se reunía a estos hombres? Había tres vías. La primera era el reclutamiento por comisión. Las autoridades concedían un permiso a los capitanes para recorrer determinadas regiones en busca de aspirantes a soldado, que recibían inmediatamente un pago en mano, albergue gratis, comida diaria y, quizás, un juego de ropa (por cierto, los soldados estaban libres de derechos señoriales, diezmos e impuestos). Para estas levas se establecía un tiempo límite de unas seis semanas y los capitanes no podían demorarse más de veinte días en cada lugar de reclutamiento. Sobrepasado ese lapso, se consideraba que desertaban más reclutas de los que se alistaban.

La segunda vía la conformaban los empresarios (asentistas, se llamaban) militares. A cambio de un pago del gobierno, éste se comprometía a reunir las tropas necesarias en un lapso determinado. La ventaja de este sistema era la rapidez: el empresario solía contar con una reserva de hombres dispuestos inmediatamente para ser movilizados. Según Geoffrey Parker, la comisión se utilizaba más en el territorio propio del gobierno, mientras el asiento se empleaba más fuera de las fronteras. El último de las vías de reclutamiento es el más obvio: la obligación. Desde 1620 se obligó al servicio a los parados que estuvieran bien físicamente, bandidos y vagabundos.

Un aspecto curioso era el de la indumentaria. Nada tenía que ver con la uniformidad actual tan propia de los ejércitos. Por entonces, el gobierno contrataba a un asentista -esto también se hacía, por ejemplo, para cobrar impuestos: el empresario interesado adelantaba la cantidad que tenía previsto ingresar el gobierno y luego se encargaba de la recaudación, que se quedaba para sí- para que proveyera de gabanes, calzones, chaqueta, camisa, ropa interior y medias con dos únicas tallas -grande y pequeña-, pero no tenían por qué ser del mismo color. Bastaba con que los ejércitos contendientes llevasen sus signos distintivos, que en el caso español eran la cruz de San Andrés y una bufanda roja, faja o plumas en el sombrero -fijaos en el cuadro de Velázquez y veréis que cada uno viste como bien le parece-. En cuanto a las armas, el caso es todavía más curioso, pues ¡eran los propios soldados los que tenían que costearse la pólvora y las municiones! En su desgargo, las autoridades alegaban que los mosqueteros y arcabuceros cobraban más que el resto de soldados (el problema era que no siempre cobraban, de ahí que los motines fueran el pan nuestro de cada día).

Dicho esto, volvamos al caso de Breda. Diez meses duró el asedio de las tropas comandadas por Ambrosio Spínola. La ciudad holandesa capituló el 5 de junio de 1625, una conclusión que, supongo, no agradaría en exceso a los soldados, que se llevaban parte del botín si una ciudad caía al asalto, pero no si simplemente se rendía -parece lógico que a mayor riesgo, mayor recompensa; esto ya lo hacían los romanos-. Velázquez inmortalizó el momento en su famoso cuadro. Los que traten de animar a España frente a Holanda tienen aquí un motivo de inspiración. O no. Lo que no inmortalizó Velázquez es que la ciudad volvió a manos holandesas en 1637 y que la corona española tuvo finalmente que reconocer la independencia de los Países Bajos. Por eso comentaba al comienzo de este post que la rendición de Breda no era el mejor de los ejemplos para levantar el ánimos de los forofos de ‘La Roja’.

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