Leo en El Mundo que las dos principales empresas de alcohol del mundo (Pernod Ricard y Diageo) luchan por el liderazgo del sector en España en un momento económico nada halagüeño. Las razones de este mal momento las conocemos todos: el alza contínua del Euribor (y eso que decían que en España la crisis de las hipotecas subprime estadounidenses no iba a tener gran incidencia. Pues sí la tiene, porque los bancos no tienen liquidez al no cobrar las hipotecas, desconfían entre sí para prestarse dinero –que eso es el Euríbor- y la economía se resiente) y la elevada inflación que afecta especialmente al carro de la compra (4,1 %. Y podemos dar gracias, porque en Estonia se ha disparado a más del 10%).
El caso es que estas empresas tienen que afrontar además el problema del descenso del consumo de alcohol en nuestro país. Los hábitos de vida más saludables y la presión ejercida sobre los conductores explicarían este descenso; pero no todo está perdido. Se bebe menos, quizás sí; pero también se bebe más caro, se apuesta por bebidas más sofisticadas, con lo que las empresas se agarran a ello para dar continuidad a su negocio. Y ya se sabe que las Navidades no son malas fechas en lo que a celebraciones se refiere.
Tendríamos que reflexionar sobre la estrecha ligazón que tenemos en nuestra cultura entre fiesta y alcohol. A nuestros ojos, la primera sin el segundo parecería no tener sentido; incluso los triunfos (deportivos y no deportivos) se celebran descorchando botellas del espirituoso líquido. No es de extrañar, pues la tradición religiosa en la que nos sustentamos (guste o no) hace del vino la sangre del Señor y las viñas pueblan los evangelios…
La relación del ser humano con el alcohol es muy larga. Desde que nos dimos cuenta de que la levadura podía convertir el azúcar en etanol (en esto consiste la fermentación), nos hemos dado a su aprovechamiento de todas las formas posibles: uvas, manzanas, maíz…e ¡incluso leche y chocolate!, como hicieron los mongoles y las culturas centroamericanas respectivamente. No es de extrañar. Al margen de los efectos desinhibidores que son bien conocidos, el alcohol es una excelente fuente de energía (mejor que los hidratos o las proteínas y sólo por debajo de las grasas) y evita enfermedades digestivas que sí pueden acontecer con agua contaminada. Sin embargo, ya es hora de dar un paso al frente y darnos cuenta del tremendo problema cultural que tenemos. Este maldito líquido destroza no sólo la vida del que la ingiere en exceso, sino también la de su familia. La figura del “txikitero” debería ser tan denostada como lo está siendo la del fumador. La ministra Salgado ya intentó implementar alguna medida, pero el sector se tiró a su gaznate e hizo presa. Maldita la gracia. ¡Y que se jodan Pernod Ricard y Diageo!