A finales de los noventa, en una fecha que no puedo precisar, José María García hizo una entrevista en la radio a Miguel Indurain. “Señor Indurain -le preguntó- contésteme la verdad, si no va a contestar la verdad, no me conteste: ¿Ha usado usted alguna vez sustancias dopantes?”. La respuesta del campeón navarro, por entonces ya retirado, dejó helado al periodista y a los que estábamos a la escucha en aquellos momentos: “Pasemos a otra pregunta”. García, estupefacto, insistió. “Si no quieres hablar, das a entender que sí te dopabas”. “Siguiente pregunta”, persistó, pugnaz, el navarro. Y aquello pasó como si nada, como pasan los días. (Quizás sea por eso por lo que es tan difícil encontrar la fecha y más detalles sobre aquella epatante entrevista; sólo hay menciones en foros de oyentes que las recuerdan anonadados.)
Por supuesto, no es éste el único caso de respuestas que aclaran sin pretenderlo. Dando un pequeño salto en el tiempo llegamos a 2003. Alberto García, segundo en los campeonatos del Mundo en pista cubierta de ese mismo año tras Gebresselasie y campeón de Europa de 5.000 metros al aire libre en 2002, se vio envuelto en un caso de dopaje. Su agente, como es habitual en estos casos, comenzó un peregrinaje por los medios para defender a su atleta, por entonces uno de los líderes del deporte español. Cuando le preguntaban si García se había dopado, su respuesta sonaba esquiva, huidiza: “Alberto no ha dado positivo en ningún control”. “Bien, pero yo no te he preguntado eso -debería haber argüido el periodista-. Yo te he preguntado si se ha dopado”. Como es sabido, Alberto García fue sancionado dos años por consumo de EPO. Cumplida la sanción, retomó su carrera sin alcanzar las cotas de su primera etapa.
El caso es que este ya ex atleta también ha estado involucrado en la ‘Operación Galgo’, la misma que ha sacado a la luz los trapos sucios del atletismo español con Marta Domínguez a la cabeza. Para estos menesteres, es muy interesante escuchar las declaraciones de los deportistas afectados: siempre dicen lo mismo. Tras negar su implicación, el acusado acusa a la sociedad de una hipocresía galopante al exigirles éxito tras éxito y terminan por asegurar que otros deportes están tan sucios o más que el atletismo o el ciclismo y que por ‘intereses’(¿?) no son denunciados. Es justo lo que hizo Alberto García ayer al salir de los juzgados.
Ídolos caídos
Al margen de lo que esto tiene de autoexculpación (“la culpa no la tengo yo, individuo, sino una sociedad que sólo admite las medallas”), habría que reconsiderar algunos aspectos sobre lo que puede y no puede ser. Tomemos el ejemplo de los Mundiales de atletismo de París de 2003. Disputados en Francia, país especializado en la tunda contra el dopaje, recuerdo la valoración que hizo Santiago Segurola de las pruebas de velocidad disputadas entonces. “Mundiales con poco músculo”, tituló para cerrar su seguimiento de aquel certamen. En el artículo, este respetado periodista deportivo achacaba la pobreza de las marcas conseguidas en las pruebas de velocidad al miedo de los atletas a dar positivo en suelo galo (y a la sempiterna crisis del atletismo, deporte sacrificado que no atrae a los jóvenes…). “El atletismo regresó en los Mundiales de París a épocas casi olvidadas, con marcas que, en algunos casos, remiten directamente a los años sesenta o setenta. Y eso no es necesariamente malo, si ello significa una pureza en la competición, que estaba bajo sospecha”.