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Jon Garay

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Lo terrible puede ser bello

Tony Judt es, mejor, era un historiador británico especialista en la historia del siglo XX y en el estudio de la socialdemocracia. Además de por sus libros, encontró la fama por padecer esclerosis lateral amiotrófica (ELA), la misma enfermedad que sufre desde hace varias décadas Stepephen Hawking. La diferencia entre ambos y ambas es que a Judt esta dolencia se lo llevó por delante en sólo dos años: murió el 6 de agosto de este año cuando había sido diagnosticado de esta gran putada (no serán las palabras más exquisitas del castellano, pero sí son las que mejor describen la ELA) en 2008.

Durante su dolencia, Judt continuó con su trabajo en la medida que se lo permitía el progresivo deterioro de su cuerpo. Primero un dedo, luego dos; una pierna, la otra; un brazo y su hermano; el torso que se adormece, dificultando la digestión e impidiendo incluso la respiración. Son funciones en las que no reparamos: son tan básicas que la naturaleza decidió hacerlas involuntarias. Así, hasta quedar completamente inmóvil. En este estado, se le ocurrió contar cómo eran sus noches , cómo intentaba retrasar al máximo lo inevitable: que su enfermero levantase su peso muerto de la silla de ruedas y lo atase a la cama, con el torso alineado a la cabeza y las piernas para que el estómago no le martirizara como lo hacían los picores que su cuerpo maladado no le permitía aliviar. ¿Qué hacer entonces, cuando tu cerebro, general del cuerpo, no asume su presente e insiste en dar órdenes que sus miembros subordinados no escuchan? ¿Qué hacer en esas horas en las que no tienes a nadie con quien hablar? Pensar, sólo te queda pensar. Pensar, por ejemplo, en ‘La metamorfosis de Kafka’, en la existencia como cucaracha de Gregor Samsa, en que los placeres de la agilidad mental, “sobrevalorados”, dice Judt, no valen de mucho cuando tu cuerpo es una cárcel. Pensar hasta que el sueño te alcanza. “Mis noches son interesantes -concluye-; pero podría vivir muy bien sin ellas”.

Desde Platón se pensó que sólo lo moralmente bueno, el bien, podía ser hermoso. Por herencia, la Edad Media concibió a Dios como “unum, verum, bonum et pulchrum”(uno, bueno, verdadero y bello). Esa unidad entre moral y estética se rompió hace tiempo. Algunos dicen que fue Baudelaire, con ‘Las flores del mal’, el primero en mostrar con lo terrible podía ser hermoso. Fuera quien fuera, tenía razón. Las bombas atómicas, por ejemplo, son las “destructoras de mundos”, sí, pero estéticamente son sublimes. Un tiburón blanco saltando fuera del agua en pos de su presa, con las fauces prestas a destrozarla, es la personificación misma de la muerte. Pero es hermoso, muy hermoso. Tony Judt cuenta en ese artículo lo terrible de su enfermedad, pero la forma en que lo narra es hermosa. Muy hermosa. Cuando esperaba, impaciente, que el sueño le aliviara por fin de la carga de pensar, quizás, inconscientemente, se acordase de que en la mitología griega Morfeo era el hermano gemelo de la Muerte.

P.D. Dejo aquí el enlace al original en inglés

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