¡A trabajar hasta los 67 años! Ésta es la última gran noticia económica a la que tenemos que hacer frente. El régimen de pensiones, dice el Gobierno, estaría en riesgo de no adoptar esta medida. El envejecimiento de la población y una tasa de paro espeluznante abonan una decisión que comenzaría su puesta en marcha en 2013 a ritmo de dos meses por año. En otras palabras, será en 2025 cuando se alcance el objetivo de situar el retiro laboral a los 67. Particularmente no me parece tan alarmante como pudiera parecer. Se ha de tener en cuenta que el creciente acceso a la universidad ha retrasado la entrada en el mercado laboral 4 ó 5 años, de manera que realmente no se trabajarían más años; al contrario, se empezaría más tarde y se acabaría también más tarde. Si a ello se le suma que muchos trabajos relacionados con esta cualificación superior no son tan exigentes físicamente y que la asistencia sanitaria es notable, la situación no se me aparece de forma tan ominosa.
Sin embargo, me parece mucho más grave el “olvidado” fenómeno del mileurismo. Según datos de agosto de 2009, seis de cada diez trabajadores españoles cobran menos de 13.400 euros brutos al año. Si a este espeluznante dato se le une el más reciente de que el jubilado medio español cobra mensualmente 875 euros, tenemos un resultado claro: más de la mitad de trabajadores españoles cobran más o menos lo mismo que un jubilado. Sigamos ahondando en la herida.
Según el estudio ‘Panorama de la educación. Indicadores de la OCDE 2008′, la educación española está más polarizada que en el resto de países desarrollados: mientras el 28% de la población adulta (entre 25 y 64 años) ha completado estudios superiores, otro 50% sólo ha completado la educación obligatoria.
Se supone que una educación superior debería dar acceso a mejores salarios, simplemente porque a más años de estudios, mayor nivel de cualificación alcanza el interesado. El problema viene cuando la economía del país no genera suficientes puestos de trabajo “encajado” (el adecuado a la cualificación del empleado) y -resumiendo- los universitarios tienen que competir con aquellos que tienen menor cualificación. ¿Qué incentivo existe entonces para dedicar años suplementarios a la preparación más allá de la educación obligatoria?
La situación es, creo, más grave de lo que parece. Si lo que se pretende es cambiar el “modelo productivo” (un término de moda desde que la crisis es crisis, aunque no se acaba de aclarar qué demonios se quiere decir con ello) por medio de un incremento de la productividad del trabajador y de inversiones en sectores más fructíferos (energías renovables, nuevas tecnologías, ciencia…), imagino que pasará por una mejor formación de los mismos. Y formarse requiere años de estudio. He aquí el problema: ¿para qué seguir estudiando si voy a cobrar lo mismo que un jubilado? A pensar toca.