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Jon Garay

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¿Tienen algún sentido las hipotecas subprime?

El 31 de enero vence el plazo para saber si Ben Bernanke continuará al frente de la Reserva Federal. Personaje del año 2009 para la revista Time, el sucesor de Alan Greenspan se enfrentó recién asumido el cargo hace tres años con la explosión de la burbuja inmobiliaria que dio comienzo a la actual crisis económica. ¿Qué hizo la Fed para evitar esa burbuja?¿Acaso no vieron el desastre en ciernes?¿Por qué permitir el hinchazón de las hipotecas subprime?, se pregunta, entre otros muchos críticos, Sheila Bair, presidenta del Fondo de Garantías de Depósito, la entidad encargada de rescatar a los bancos e instituciones financieras en apuros.


Para dar respuestas a estas incógnitas, nada mejor que recurrir al testimonio de Alan Greenspan, el presidente del órgano regulador de la economía estadounidense desde 1987 a 2006, que fue quien se las tuvo que ver con la fenomenal bonanza que medió entre el pinchazo de las punto.com y el desplome inmobiliario. En su grueso y recomendable libro ‘La era de las turbulencias. Aventuras en un nuevo mundo’, Greenspan confiesa sin pudor que eran perfectamente conscientes del boom inmobiliario; de hecho, sabían que Australia y Gran Bretaña llevaban un año o dos de adelanto en un fenómeno que disparó de 40 billones de dólares hasta más de 70 el valor de mercado de la propiedad residencial en las naciones desarrolladas entre 2000 y 2005.

Greenspan reconoce también que sabía del peso de las hipotecas subprime en este boom (no se crea que son los únicos productos hipotecarios ‘curiosos ‘: las del tipo Alt-A se conciertan con personas, sí, con un buen historial crediticio pero sus pagos mensuales se reducen a los intereses del préstamo) y del riesgo de impagos que ello suponía. ¿Por qué entonces dejó hacer? “Seguía, y sigo creyendo (el libro data de 2007), que los beneficios de una ampliación de la propiedad de viviendas compensan el riesgo. La protección de los derechos de propiedad, tan crucial para una economía de mercado, requiere una masa critica de propietarios que sostenga el apoyo político” (pág. 263). En otras palabras, más importante que el negocio generado en torno a la vivienda y a las hipotecas de alto riesgo, este boom crediticio permitiría incrementar la legitimación del sistema político-económico que posibilitó este progreso.

¿Es ésta una mera justificación ante una negligente gestión? Pudiera ser, pero merece un mínimo de atención. La seguridad es seguramente el primer requisito básico de todo sistema económico-político que se precie. ¿Qué legitimidad puede tener el estado en una situación de constante violencia como la que se vive en Afganistán o Irak? Ahora bien, ¿basta con estar seguro? No. El acceso a un empleo y a una vivienda pasan a ser los otros dos pilares básicos de todo estado que aspire a la legitimación ante sus ciudadanos. ¿Qué sentimiento pueden albergarse hacia un sistema que no ofrece puestos de trabajo o un techo bajo el que resguardarse? Para no ir al caso estadounidense, basta con echar un vistazo a la Constitución española y ver que en el artículo 33 se reconoce el derecho a la propiedad privada; que en el 40 exige a los poderes públicos una política orientada al pleno empleo, y que en el 47 establece el “derecho a una vivienda digna y adecuada”.

Creo que Greenspan tiene razón al ver en el incremento de la propiedad privada de un bien tan fundamental como la vivienda una forma de crear “masa crítica” -ciudadanos satisfechos- que defienda el sistema capitalista. Las consecuencias, es obvio, han ocasionado una grave crisis económica, pero el sistema mismo no está en discusión. Los chivos expiatorios son los banqueros y la falta de regulación encarnada por la Fed (eso sí, Greenspan, como buen seguidor de Hayek y Friedman, está convencido de que el complejísimo mundo financiero actual es inabarcable para cualquier intento de regulación pública), pero no el sistema, que sigue generando una “masa crítica” suficiente para su supervivencia.

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