El periódico El Mundo ha dado un paso interesantísimo en el 20º aniversario de su fundación: renombrar su cabecera y apostar por su denominación online, el mundo.es. Se trata de un paso simbólico que, creo, deja ver que sus dirigentes van un paso por delante respecto al resto de grandes periódicos en España. Desde mi punto de vista, el gran problema de los diarios impresos es la velocidad, que mina no sólo aquello que los distinguía en su origen, sino que lo hace también contra otros de sus pretendidos valores como la profundidad. Me explico.
La radio y la televisión
Durante mucho tiempo, fue la prensa escrita la primera en ofrecer la información a sus interesados lectores. Amparada en la exclusividad y en una rapidez notable para aquellos días de fines del siglo XVIII y siglo XIX, se hizo con el monopolio de la información y, por ende, de la credibilidad (o esto o lo que dice el poder, no había más alternativa). El primer ‘golpe bajo’ lo recibió por parte de la radio, capaz de dar cuenta de lo que acontece prácticamente en tiempo real. Sin embargo, esta última tiene en su fuerza su debilidad; es tan rápida como efímera, no permite la reflexión. Dado que las noticias del periódico siguen estando ahí por más que pasen las horas y que el mundo todavía no vivía con la premura actual (ahora vivimos en la era del tiempo Google, es decir, la era de la inmediatez prácticamente absoluta. Pensemos en lo irritante que resulta el tiempo que tarda en arrancar un ordenador obsoleto, el más mínimo retardo en cargar una página web, las colas en el supermercado o en el banco, el retraso del metro…), los periódicos continuaron con el monopolio, no de la velocidad, pero sí de la reflexión.
La televisión fue el segundo de sus grandes rivales en hacer acto de presencia. Como la radio, es más rápida que la palabra escrita y cuenta con el plus capital de la imagen. Sin embargo, sigue siendo un medio demasiado volátil; viaja demasiado rápido para poder detenerse en todas y cada una de las noticias. Uno ve la televisión fundamentalmente para entretenerse, con prisa o haciendo otras cosas; a lo sumo, interesan los titulares. De nuevo resurgen los periódicos como ese remanso de paz que permite leer con tranquilidad lo que acontece en el mundo. Al fin y al cabo, cuando uno lee el periódico, no suele hacer otras cosas al mismo tiempo (y si las hace, son complementarias con una lectura más o menos provechosa).
Internet
El último (y creo que definitivo) enemigo es Internet. Como la radio y la tele, cuenta con la ventaja de la velocidad, pero no sucumbe ante su propia fortaleza. Aunque es cierto que el cambio es básico en este soporte, no lo es menos que la información no se pierde como en los anteriores. Todo lo que ha sido publicado en la red puede consultarse en el momento que se desee y aprestarse a su lectura como uno lo hace (o hacía) con el periódico.
Ante esto, los dos únicos argumentos que le quedan a la prensa escrita parecen ser el de la credibilidad, ligado a la profundidad, y el de la nostalgia. ¿Quién produce la información que enmaraña Internet? ¿Qué es eso de Wikipedia? ¿Periodismo ciudadano? El periodista ‘tradicional’ se agremia con fiereza ante estos ‘aficionados’ y se escuda en su profesionalidad. Lo cierto, empero, es que el periodista sólo obtiene información de primera mano en contadísimas ocasiones y no se dan tantas entrevistas o se acude a las suficientes ruedas de prensa como para llenar un periódico. En el resto de casos, son las agencias y la propia Internet las que nutren las páginas de los periódicos. ¿No se dan aquí los saltos de fe que se critican tanto en los periodistas no profesionales? Y si se arguye que el periódico ofrece un nivel de profundidad mayor, ha de entenderse como profundo lo que el periodista puede ‘investigar’ en las horas que van desde que se conoce una noticia hasta que se cierra la edición del día. Ningún otro gremio (póngase por caso el de los historiadores) entendería por profundidad el estudio de unas pocas horas o incluso de unas semanas en el mejor de los casos cuando se trata de reportajes. La rapidez, esencial en este campo, se vuelve en contra aquí de los periodistas, que por definición no pueden ser profundos.
Queda por tanto el argumento de la nostalgia, pulsión compartida por los amantes del libro de papel. Es éste un argumento completamente válido… para una generación, pero ¿cómo echar de menos lo que no se conoce? ¿Acaso los niños que comienzan ahora a educarse con ordenadores en las escuelas echarán de menos algo que no han manejado? ¿Quién nacido a partir de la década de 1980 echa de menos la máquina de escribir?
Destrucción creadora
Sin embargo, un hecho conocido estos últimos días parece echar por tierra todos estos argumentos: el cierre de soitu.es, un proyecto de periódico exclusivamente digital creado por Gumersindo Lafuente, el creador, paradójicamente, de la sección digital de El Mundo. No lo creo así. ¿Cuántos periódicos no desaparecerían en el tiempo de los pioneros? ¿Acaso los cambios económicos son un camino de rosas? El principal problema que tienen estos nuevos medios es el de la idea de gratuidad que se asocia a Internet. Mientras los ingresos por publicidad no se incrementen (y lo harán, porque Internet permite a los patrocinadores medir con mucha mayor fiabilidad el impacto que generan además de poder dirigir con precisión sus anuncios al público deseado), será difícil que se puedan mantener tal y como están ahora. Rupert Murdoch ya ha comenzado a dar los pasos en este sentido.
En cualquier caso, la destrucción creadora que caracteriza al capitalismo deja siempre tras de sí numerosas víctimas, tanto del pasado que queda sometido a lo nuevo, como de lo nuevo todavía no suficientemente maduro. Habrá que esperar todavía un tiempo -sospecho que no demasiado- para saber quién tiene la razón, ‘El Mundo’ o ‘elmundo.es’.