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Jon Garay

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Otra vez la selectividad

Ya está aquí la pesadilla de todos los estudiantes: el examen de selectividad. ¿Sabéis cuándo nació? ¿Quién fue el ‘culpable’?¿Cómo ha cambiado a lo largo de lo años?

El origen de esta ‘despiadada’ prueba que aprueba más del 80% de los alumnos se sitúa en la década de los setenta, cuando el franquismo agonizaba y una ingente cantidad de contestatarios jóvenes centró sus esperanzas en la Universidad. Imponer un criterio de selección ante el ‘baby boom’ de los sesenta se tornó inaplazable y la tarea recayó en manos del último ministro de Educación y Ciencia del régimen, Cruz Martínez Esteruelas.
La Ley 30/1974 de 24 de julio, conocida como ‘Ley Esteruelas’, incorporaba una “prueba de aptitud” para acceder a la institución académica que establecía un modelo destinado a perdurar: versaría sobre las materias comunes y optativas de los planes de estudio del Curso de Orientación Universitaria (COU); se tendría en cuenta el historial académico del alumno; se desarrollaría únicamente en los meses de junio y septiembre con un máximo de cuatro convocatorias.

Cambios
El modelo, sin embargo, no nació perfecto y las modificaciones se sucedieron. La primera de ellas, en 1979, establecía cómo sería el examen ya desde los inicios de curso, pues hasta entonces la prueba se organizaba cuando terminaba el año lectivo. Desde ese momento, la selectividad contó con tres ejercicios. El primero consistía en la redacción de un tema tras escuchar el discurso de un profesor universitario que no debía sobrepasar los cuarenta minutos, así como de un análisis de texto con una extensión no superior a las cien líneas. La segunda, centrada en las materias comunes, consistía en el desarrollo por escrito de un tema de Lengua española y otro de Filosofía. Y la tercera, basada en las asignaturas optativas y de libre elección, también requería redactar dos ensayos de dos materias sacadas por sorteo. La duración de cada una de las pruebas no rebasaba la hora y media -excepción hecha del dibujo técnico, que a lo largo de los años siempre ha tenido un tratamientos especial-; la nota de corte era el ‘5’ y se establecía una media entre la calificación obtenida en la prueba de aptitud y la de Bachillerato.
¿No echan de menos uno de los clásicos de la selectividad, el Inglés? Existía una materia de lengua extranjera entre las comunes desde 1975, pero no se introdujo en el examen hasta el curso 1984-85, y quedó incluido en la segunda parte de la prueba. Se trataba de responder a cinco preguntas sobre un texto de un máximo de 250 palabras cuya influencia en la nota del ejercicio no era de peso, pues suponía sólo 1,5 puntos sobre 10, mientras que Lengua española y Filosofía otorgaban 4,25 puntos cada una.

El ‘4’ por primera vez
La mano de los socialistas ya se había dejado notar con la introducción de la lengua extranjera, pero su obra sería mucho más profunda. José María Maravall Herrero fue responsable de una nueva su reforma en 1987. Las tres partes establecidas en 1979 se redujeron a dos, con las materias comunes como protagonistas en la primera, y las optativas y de libre elección en la segunda. A su vez, cada una de estas partes se subdividía en dos bloques, con lo que el total de exámenes se elevaba a ocho. Para aprobar se rebajó la exigencia y se introdujo el excéntrico ‘4’ que todavía hoy sirve de corte. La calificación en este examen suponía el 50% de la nota global para acceder a la Universidad elegida. A todo ello había que sumar la posibilidad de revisar las pruebas en los cinco días posteriores a la publicación de los resultados.

La LOGSE
A pesar de lo que pudiera parecer, la profunda reforma educativa impulsada en 1990 por Javier Solana como ministro del ramo no supuso la supresión de la selectividad, pero sí transformó profundamente la Educación Secundaria. La instrucción obligatoria se alargó dos años -de los 14 a los 16- y se instauraron dos cursos de Bachillerato. En adelante, tres serían los tipos de asignaturas: las comunes, caso de Filosofía, Historia, Lengua castellana (y la cooficial en las comunidades en que se diese el caso) y Lengua extranjera; las propias de las líneas de estudio introducidas (Artes, Humanidades y Ciencias Sociales, Ciencias de la Naturaleza y Tecnología), y las materias optativas de cada una de las vías.

Un cierre en falso
La orgullosa criatura de Esteruelas a punto estuvo de caer ante la Ley de Calidad de la Educación auspiciada por Pilar del Castillo (PP). De hecho, fue derogada el 19 de diciembre de 2003, aunque por poco tiempo. La regulación popular establecía que ya no sería necesaria una prueba tras el final de la Educación Secundaria, sino que para aprobar el Bachillerato habría que superar una «reválida» que se preveía implantar en el curso 2005-06. Quedaba en manos de las universidades establecer una prueba adicional para evaluar a sus futuros alumnos.
Parecía el fin, pero la selectividad renació de sus cenizas al cambiar el Gobierno en 2004. La Ley de Calidad quedó a un lado y la Ley Orgánica del 3 de mayo de 2006, ya bajo un Ejecutivo socialista, recuperó la «prueba homologada» de acceso a los estudios superiores. La reforma prevista para 2010 volverá a introducir nuevos cambios en el examen por antonomasia.

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