Rafa Nadal es el mejor tenista del mundo. Lo dice la clasificación de
La individualidad es el principal valor social hoy en día. “A mí nadie me dice lo que tengo que hacer”, “yo tengo mis derechos”, “yo decido” son un soniquete bien conocido. A pesar de ello, y querámoslo o no, el ser humano es un ser social, necesita por definición de un nosotros para sobrevivir, de manera que las tendencias egoístas siempre tienen que tener el límite establecido por la sociedad.
La tendencia individualista dice que cada uno debe ser el mejor o aspirar a ganar más. El deporte –de ahí el ejemplo de Nadal- lo ilustra perfectamente. Sin embargo, si miramos más allá, lo colectivo termina por imponer su peaje. En este caso, el límite para sobresalir está en el paso de la individualidad al egocentrismo, en el de ser el mejor al decir que se es el mejor. ¿Por qué?
Un exceso de individualidad, de originalidad, termina por sobrepasar los límites y hace del sujeto un inadaptado, un marginal, un paria. Y lo hace por el límite inferior (pobres, desarrapados, tribus urbanas) como por el superior. En el caso de Nadal, está tan obligado a ganar para ser elogiado como a ser humilde, a decir que es una persona normal, a asegurar que hace lo mismo que los demás… Aquí se impone lo social, que impone la uniformidad, la democracia y la mediocridad (mediocre, en su primera acepción, significa “de calidad media”).
Así las cosas, la paradoja que subrayara Durkheim hace un siglo sigue teniendo sentido: la individualidad es el principal valor social y lo social termina por imponerse. “Sé el mejor, pero no digas que lo eres” es el dogma del presente.