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Jon Garay

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Cocineros

Como habréis visto en los informativos, se han reunido en Madrid cientos de cocineros para dar cuenta de los avances, técnicas y nuevas recetas que han ideado. Aunque pueda parecer sorprendente, voy a retomar el tema del arte que ya toqué en un post anterior
¿Por qué?, se preguntará quien lea estas palabras. ¿Qué tiene que ver la cocina con el arte? A primera vista, la gente del común aprecia la comida como fuente de alimentación, algo tan básico que cuesta darle un significado mayor. ¿Acaso nos parece un arte lo que hace un zapatero? No, sólo arregla zapatos. Sin embargo, los “grandes” cocineros que aparecen en los medios (Adriá, Berasategui, Arzak, los japoneses, franceses y las nuevas generaciones) se han apropiado de un discurso que precisamente remite a ello: novedad, originalidad, innovación, texturas, deleite de los sentidos, presentación, ciencia, investigación… Bastaría con hacer un recorrido por los numerosos manifiestos artísticos de finales del siglo XIX y principios del XX para darnos cuenta de las similitudes

En el post al que me refería, proponía una definición de arte que sería una obra humana que cumple su función y además es bella. Por función entiendo que es capaz de realizar con eficacia la tarea para la que se ha concebido; por belleza, una cualidad causada por su aspecto, utilidad, sencillez, adecuación, originalidad o mil y una razones. Así, consideraba que los videojuegos o los coches pueden ser perfectamente arte pese a que no son considerados tradionalmente como tales.

Por su parte, la cocina, la buena cocina (perdóneseme la redundancia), como apuntan los antropólogos, tiene muchas funciones: la primera, alimentar; la segunda, socializar (tradicionalmente, comemos con otros y ello ayuda a estrechar los vínculos sociales. ¡Ojo!, como apunta en uno de sus libros el historiador Felipe Fernández-Armesto, el microondas es un gran enemigo al respecto, pues facilita que cada uno coma por separado); la tercera, hablarnos de la sociedad en la que se inserta (¿quién preside la mesa (en caso de que así sea)?, ¿alguien reparte los alimentos?…); etcétera.
Los nuevos cocineros a los que me refiero parecen olvidar estos aspectos tan fundamentales (quizás por ser tan básicos que se pasan por alto) y se centran en la belleza, la creatividad… de una “tortilla de patata deconstruida” o de un “aroma de paté con caviar y salsa agridulce”. Así quedan unos espectaculares platos semivacíos que ahuyentan el hambre precisamente por su exigüedad. Como dijo Quevedo en “El Buscón”, son comidas infinitas, porque no tienen ni principio ni fin.

En otras palabras, el buen cocinero tiene una función capital: alimentarnos y hacer sociedad. A partir de aquí, lo que quieran; pero lo primero es lo primero. La función por delante, por favor.

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