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Francisco Góngora

Topo verde

PERIODISMO AMBIENTAL

 

Una historia del periodismo ambiental

 

En unas recientes jornadas sobre Educación para la Sostenibilidad, celebradas en Bilbao, quedó sobre el alambre la pregunta de por qué los medios de comunicación no dedican más espacio, más reportajes y artículos de opinión a la información ambiental. “¿Qué hay que hacer para que los directores de periódicos, radios y televisiones presten un poco más de atención a la naturaleza y sus amenazas?”, cuestionó uno de los presentes.

Recuerdo que la respuesta del periodista –el que suscribe– presente en el debate fue “porque no está en la agenda del día” de los directores. El medio ambiente, igual que cualquier otro tema como la educación, la historia, la religión o la sanidad, debe abrirse paso entre otro montón de noticias y asuntos de interés que sí ocupan la agencia diaria de un periódico: sucesos, información municipal, política, deportes, unas notas de cultura, la agenda de la televisión. Por importante que pueda parecer a algunos el medio ambiente está en la cola de las cosas que tienen alguna posibilidad de salir en los informativos, en los diarios de papel o digitales. Solo saldrá si responde a lo que se denomina interés informativo, un concepto que los periodistas huelen y que no tiene reglas fijas.

En realidad se puede decir que la historia del periodismo ambiental y el ecologismo van de la mano. Han crecido uno junto a otro y en la medida en que el Cambio Climático toma posiciones en la agenda mundial este sector de la prensa también se adapta y evoluciona. Son inseparables uno del otro hasta en los ritmos.

Creo que en el País Vasco el origen del periodismo de naturaleza comenzó con las campañas por el cierre de la central nuclear de Lemóniz a finales de los setenta como luego ocurrió con Garoña, aglutinaba la lucha del incipiente movimiento ecologista (los comités antinucleares en cada pueblo plantaron una semilla importante para el futuro). Se inauguraba el ecologismo de confrontación, de denuncia, de lucha callejera. Era noticia en cuanto se manifestaban miles de personas. Los otros elementos de la ecología, la conciencia verde, el reciclaje, la biodiversidad, la energía renovable, no le importaban a nadie y tampoco a los periódicos que en ocasiones estaban a la altura de los acontecimientos y en ocasiones no.

Se contaban solo las cosas malas, las catástrofes. Las inundaciones de Vizcaya de 1983 fueron fundamentales para dar a conocer, por ejemplo,  lo que nos estábamos jugando si no se actuaba en una política diferente que devolviera el protagonismo de la naturaleza.

Como el feminismo, el pacifismo y otros ismos del momento, el ecologismo se fue abriendo paso en aquellos primeros años de la transición. Pero salvo el caso de Lemóniz , que estuvo rodeado de otros protagonistas como la participación directa de ETA con atentados y asesinatos, no se conseguía parar casi nada. Las grandes infraestructuras ni se cuestionaban (Autopista de Altube, autopista A-68).

El activismo ecologista era accidental, marginal. En los medios escritos, se hablaba de pájaros y flores, no se tomaba muy en serio ni rompía la agenda del día salvo que hubiera escándalo o conflicto. Ese discurso del desastre que nos ha acompañado durante décadas conduce a lo que los expertos denominan ‘ecofatiga’.  El tono negativo de las informaciones satura de tal manera al lector que este acaba insensibilizado, no hace caso. El problema de la deforestación del  Amazonas es un asunto que al cabo del tiempo no interesa, no sensibiliza ya a nadie. Posteriormente, esta tendencia se vio confirmada en asuntos más locales como el Prestige o Aznalcóllar.

En los años 90 es la propia administración la que asumiendo parte del discurso ecologista comienza a estructurarse con fórmulas y programas de políticas medioambientales. Las cosas empezaron a cambiar un poco. Las noticias no tenían como única fuente a las organizaciones ecologistas sino a los gabinetes de prensa de la administración que también empezaban a ocupar más espacios. Las informaciones eran más positivas. Había resultados que se utilizaban de marketing político como una inauguración de una carretera. Soltar animales salvajes que habían sido curados en los centros de recuperación era una oportunidad para dar a conocer la buena imagen de un político o una institución. Cristina Narbona estrena en 1993 con el socialista Borrell como Ministro de Obras Públicas una Secretaría de Estado de Medio Ambiente. En 2004 habrá un Ministerio con este nombre. Asistimos a una institucionalización importante del discurso ecologista.

Desde el año 2000, aproximadamente, hay nuevos actores positivos. Las empresas. Lo que podríamos llamar el ‘ecolavado’, en palabras del periodista Pedro Cáceres. Los sectores económicos se dan cuenta de que el medio ambiente es un campo con oportunidades de lavar la imagen de las organizaciones empresariales a través del nuevo concepto de la responsabilidad social corporativa.

Al mismo tiempo grandes movimientos ecologistas de protesta como Greenpeace consiguen portadas con osadas acciones en el mar o en tierra. La protesta espectáculo tiene su rendimiento y recluta activistas. El activismo no ha muerto.Sin embargo, los periodistas de calle, los que escribían de estas cosas no tenían generalmente ninguna formación técnica ni científica. En el congreso aludido al principio del artículo se presentó el caso de las redacciones de medios de provincias pequeñas. Estos redactores  lo mismo hablan de religión, de fútbol, de sanidad o de ecología, si se tercia. La especialización solo existe en la voluntad del propio redactor o en su militancia. Corazón y compromiso deben compensar la escasez de conocimiento. Eso no ocurre en los grandes medios como El País, El Mundo, Agencia EFE, La Vanguardia,TVE, RNE, SER …..donde existen redactores especializados y programas específicos (‘El escarabajo verde’….).   En 1994 se funda la Asociación de Periodistas de Información Ambiental  con unos 200 profesionales como socios. Para que sirva de comparación, hay unos 3.000 periodistas deportivos asociados.

En todo ese  tiempo faltan referencias públicas. ¿Cuántos personajes populares se conocen actualmente como referentes de la ecología? Los que peinamos canas conocimos la fuerza mediática de Félix Rodríguez de la Fuente cuando la palabra ecología no se había ni inventado. Millones de personas seguían sus correrías con los lobos. Nadie ha hecho más por este animal o por las rapaces. Le amenazaron de muerte. La pena es que murió en 1980 y desde entonces nadie ha ocupado su lugar. Ni Joaquín Araujo, ni Luis Miguel Domínguez o Delibes de Castro han podido llenar ese tremendo vacío que en otros países también dejaron hombres como Cousteau, fallecido como Félix , o David Attenborough, los grandes divulgadores de la naturaleza. Por cierto, siempre utilizando la televisión como plataforma.

La crisis económica creó otro agujero negro en esta historia. Desde 2007 las noticias ambientales se van a la cola del interés informativo. Importa el paro, la situación económica y, de nuevo, el medio ambiente se ve marginado.

En este contexto hay excepciones, naturalmente. Vitoria es un paradigma. Las políticas ambientales municipales desde los años 90 han generado un caldo de cultivo que ha concienciado también a los medios informativos locales. Expertos municipales adscritos fundamentalmente al Centro de Estudios Ambientales, pero también empresas privadas como la Consultora de Recursos Naturales de Mario Sáenz de Buruaga, entendieron pronto la importancia de comunicar todo aquello que tenía que ver con la evolución de la relación entre ecología, naturaleza y ciudadanía (Ecologistak Martxan, SEO-Birdlife, Gaia o Eguzki, como grupos ecologistas ya lo hacían desde la crítica o la denuncia). Sus conocimientos científicos y su capacidad para constituirse en fuente, además de su pasión divulgadora facilitaron a los medios locales, y yo hablo de EL CORREO, un acercamiento y una sensibilidad hacia los temas ambientales. El ejemplo más importante de todos se produjo con motivo de la declaración de Vitoria como Green Capital europea. La ciudad, el ayuntamiento y con ellos los medios de comunicación se volcaron en ese acontecimiento medular. Posiblemente, hubo un antes y un después, de ese momento. Y lo que antes pudo ser esporádico se convirtió en sistemático. La información ambiental en Vitoria importa y tiene un público que la sigue.

La Cumbre del Clima de París es otra oportunidad para dar un salto cualitativo. De repente, existe un consenso impensable hace unos años sobre el calentamiento global y las fórmulas para mitigar las emisiones de CO2. La ecología como nuevo motor económico y de oportunidades de empleo, como referencia de futuro abre un interesante campo informativo. Los medios deben estar atentos a este nuevo tiempo. Lo ambiental pasará de ser marginal a ser capital. Y en eso periodistas, expertos, educadores, técnicos, grupos ecologistas y políticos pueden ir juntos porque hay un mismo objetivo: mitigar la subida de temperatura de la Tierra.

 

 

 

Por Francisco Góngora

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