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Pastillas de menta

Ha nacido una reina

Escuché o leí una vez, no recuerdo bien, que una buena reina es aquella que se siente bien y hace que quienes la rodeen estén a gusto en cualquier circunstancia. En una boda o un entierro. Haciendo el indio con sus hijas o accediendo a un trono. Con Máxima ha nacido una reina. Pero no ayer, sino hace casi ya 42 años. Recibe las típicas críticas por ser cualquier cosa menos discreta a la hora de vestir, también porque su padre fue ministro con un dictador, pero desde que salió del anonimato pocos han podido ponerle tacha. Se ríe cuando le da la gana, llora si le apetece. Le trae sin cuidado el qué dirán. O al menos eso transmite, y no olvidemos que somos lo que proyectamos. Ya podían tomar ejemplo el resto de aspirantes a un trono en Europa. Y sí, lo digo en plural sin ocultar que pontro pecaré del singular. Y lo digo en plural porque ni Mette-Marit, ni Mary, ni Mathilde, ni… Y sí, podemos empezar por nuestra casa, por la frialdad que doña Letizia mostró en todas sus apariciones públicas en Amsterdam. Dicen algunos entendidos (de opinar entendemos todos, que a nadie se le olvide) que eso es porte principesco. Yo digo que no. Un porte principesco, un porte real, es no estar pendiente de la foto y sí de regalar una sonrisa a ese entusiasta que lleva cinco horas a la puerta de la Catedral Nueva y que no deja de gritar tu nombre. También es guiñar el ojo a tu hija de nueve años en el momento en que se convierte en princesa heredera saltándose lo que unos llaman protocolo. Saber estar es hacer que el resto se sientan a gusto y que tú te sientas bien. Doña Letizia, dicen quienes la han tratado, gana mucho en las distancias cortas. Vamos, que quien la conoce cambia el concepto que de ella tenemos la mayoría de mortales o, mejor dicho, la uqe ella trasmite. Es cierto que desde que se anunció su compromiso con el Heredero de la corona española la criticaron/criticamos por todo. A todo lo que hacía o decía se le sacaba punta. Pero eso no quita para que, en vez de tender un puente hacia los que en unos años serán sus súbditos (sí, porque ella será reina y nosotros sus súbditos), construya un muro.

Las comparaciones entre Máxima y Letizia son odiosas. Máxima llegó a Holanda con el rechazo del que iba a convertirse en su pueblo, hasta en el parlamento hubo voces discrepantes que, incluso, votaron en contra de la unión de la argentina con el hoy rey Guillermo Alejandro. A Letizia, en cambio, se le puso una alfombra de rosas (con alguna espina) hasta palacio. Era la mujer que don Felipe había elegido y sí, los españolitos, asentimos. Y sí, en el tiempo que lleva ejerciendo como princesa de Asturias sería injusto decir que ha cometido errores, que ha hecho las cosas mal. Porque no, no es eso. Lo que ocurre es que, por su forma de ser, de expresarse, de caminar, de mirar, doña Letizia no conecta en las largas distancias. Y si Máxima, en una década, pasó de cero a cien, de que no se la quería ver ni en pintura a convertirse en el miembro mejor valorado de la Familia Real holandesa fue porque se la ve cómoda, se siente bien y hace sentirse bien. Y en cualquier circunstancia. Estos días, con motivo de la llegada al trono de su marido, dio otra lección magistral con miradas sinceras como las que dirigía a su suegra o los gestos de complicidad con su marido. Dejó claro Máxima, en una entrevista de hace unos días, que ella no iba a volver a nacer el 30 de abril de 2013. Vamos, que la llegada al trono no la iba a cambiar; que seguiría amando la música y bailar, que seguiría siendo Máxima. Pues eso, uno tiene que ser fiel a sí mismo. Y reírse en público y llorar cuando a uno le venga en gana. Y así se llega a la gente. Y así está de entregado el pueblo con Máxima. Por ponerse una corona uno no es rey. Uno es rey cuando el pueblo ve que llevas corona aunque te la hayas dejado en casa.

Cuentos de reyes, príncipes y lo que se tercie

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abril 2013
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