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Pastillas de menta

El amor por bandera

Atrás quedaron las alianzas matrimoniales por otras cuestiones que poco tenían que ver con el amor. Los próximos jefes de Estado de sangre azul accederán al trono con quienes eligieron ellos y no otros. Una nueva generación de reyes y reinas está a la vuelta de la esquina. Ellas, la mayoría, fueron niñas a las que las hadas permitieron que su sueño se cumpliera y se toparan con un príncipe azul. Como en los cuentos, con tal solo pronunciar un sí, un ja, un oui o un yes, se convirtieron en princesas y cambiaron sus casas, sencillas en su mayoría, por palacios. Sus vidas ya nunca volvieron a ser lo mismo. Tampoco la del príncipe de Suecia, el único consorte varón de Europa. Es lo que traen los nuevos tiempos. Ahora los príncipes no renuncian al trono por amor. Es el amor el que, dirían los románticos, ha ganado la batalla a parlamentos y normas escritas y el que da vía libre a los plebeyos para reinar, para dirigir los designios de una nación.
Portada del libro 'Bodas reales, una generación irrepetible'.

Portada del libro 'Bodas reales, una generación irrepetible'.

De la unión de estos hombres y mujeres fueron testigos in situ miles de conciudadanos, millones de personas de todo el mundo siguieron los enlaces a través de la televisión y los momentos históricos quedaron inmortalizados en papel couché. De otra unión, la de la revista ¡Hola! y Lunwerg Editores, ve ahora la luz una extensa publicación en la que se da cabida a todos los enlaces de «una generación irrepetible», se recalca en la portada.
Bélgica, Dinamarca, España, Holanda, Liechtenstein, Luxemburgo (se echa en falta la reciente boda de quien un día será Gran Duque), Mónaco, Noruega, Reino Unido y Suecia poseen capítulo propio. En cada uno, los protagonistas absolutos son los herederos al trono. Una publicación con vocación de futuro, parece, en el que también se da cabida a un breve repaso de cómo fueron los enlaces de los hoy monarcas de los distintos países. «La nueva aristocracia del corazón», como define ‘Bodas reales’ a los príncipes y princesas retratados en un momento histórico para ellos y sus países, son hombres y mujeres que se emocionan y lloran, que hacen de la espontaneidad la mejor norma protocolaria.
Un rápido vistazo a la obra, de más de 300 páginas, permite redescubrir todo tipo de detalles, desde el vestido y complementos de la novia hasta la lista de invitados o los problemas que los novios tuvieron que solventar antes de poder llegar al altar. En estos últimos lustros se han convertido en princesas una madre soltera, la hija de un colaborador de un dictador, una mujer divorciada… Ejemplos palpables de que las bodas reales ya no solo una cuestión de Estado.
Resulta curioso, y más ahora que la princesa Letizia acapara titulares por haber dejado de lucir su anillo de pedida, comprobar cómo el Príncipe de Asturias fue el único de sus homólogos europeos que no eligió para tan señalada ocasión una joya con historia, como hizo el príncipe Haakon al regalar a Mette-Marit el anillo que su abuelo colocó en el dedo anular a la reina Marta o el príncipe Guillermo que entregó a Catalina el zafiro rodeado de brillantes con el que el príncipe Carlos pidió la mano a Diana de Gales. Ni tampoco que el anillo tuviera un significado especial. La alianza de la ‘eternidad’, como la firma Suárez bautizó el anillo que supuestamente fue pagado por Iñaki Urdangarin, poco tiene que ver con las que recibieron Mathilde de Bélgica, Máxima de Holanda o Mary de Dinamarca, en las que había guiños a los colores del país.
En realidad, la boda de los Príncipes de Asturias fue en la única de todos los herederos europeos en la que la enseña nacional no tuvo protagonismo. Las calles de las capitales elegidas para los distintos enlaces se engalanaron para la ocasión con banderas nacionales. En Madrid, en cambio, se recurrió al decorador Pascua Ortega para destacar las calles, que se vistieron de ocres, fucsia y plata. Fue también la de don Felipe y doña Letizia la única boda en la que llovió, y cómo lo hizo. De cualquier modo, el final, como el de los cuentos, ya es conocido. Pese a que ninguno introdujo las perdices en su menú nupcial, fueron felices.

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Cuentos de reyes, príncipes y lo que se tercie

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