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Fermín Apezteguia

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Una silla vacía en Navidad

La Navidad es la celebración que más rechazo genera. Ni bodas, ni despedidas, ni fiestas patronales consiguen aunar, ni por separado ni todas juntas, tanta repulsa popular como aglutinan las navidades. Posiblemente sea así porque, gusten o no, las de fin de año son también las festividades que mejor conectan con los sentimientos más profundos del ser humano; y no todo el mundo está preparado para afrontar algo así. El amor, la vida, la familia… Demasiadas emociones para ser digeridas de una panzada, especialmente cuando se sabe que en la mesa, este año, faltará algún comensal.

«La Navidad duele porque, en esta época, las pérdidas se hacen más dolorosas; y es normal que así sea. Son días de reencuentro con los seres queridos y, se quiera o no, habrá detalles que nos recordarán a la persona que falta: sus conversaciones de sobremesa, alguna comida especial que preparaba como nadie, sus regalos… Es el momento del año en que más se nota el vacío y cuando más profundo se siente el dolor», explica el jefe de Cuidados del hospital de San Juan de Dios de Santutzi, Jacinto Bátiz, que intervino hace unos días en el foro Encuentros con la Salud de EL CORREO para hablar sobre ‘Navidad en tiempos de duelo’. El hospital San Juan de Dios de Santurtzi ha organizado para mañana jueves 19 de diciembre a las 19.00 horas, una sesión en la que se abordará esta misma cuestión, titulada ‘Es Navidad y hay una silla vacía’. Intervendrán el psicólogo Angel María Pascual, el médico Julio Gómez, responsable del equipo de Atención Psicosocial del hospital; y dos mujeres Begoña Díaz y Teresa Peña, que expondrán su experiencia personal.

El dolor que se siente ante la ausencia de un ser querido, la angustia que parece devorar a uno cuando los recuerdos se agolpan desordenados en la memoria, se acrecienta irremediablemente con la llegada de las fiestas más familiares del año. Las primeras navidades resultan las más dolorosas. Los expertos afirman que hacen falta dos para elaborar lo que llaman el duelo, el proceso de adaptación emocional a una pérdida, del tipo que sea. «Pasados los dos primeros años, se experimenta un descenso progresivo del malestar emocional», detalla Jacinto Bátiz. «Pero, cada persona tiene su propio ritmo y necesita un tiempo distinto para adaptarse a la situación».

La Navidad duele especialmente por ser un tiempo de cambio. El año termina y se hacen planes de mejora. Las pérdidas entonces pesan más, a veces, casi tanto como en la primera semana de la muerte. Cuanta más cercano está el fallecimiento, mayor es la sensación de ruptura. Disimular, hacer como que la fiesta continúa, irse lejos de vacaciones no vale para nada. «Vivir como si no pasara nada es la peor manera de elaborar el duelo. Lo único que hacemos con una actitud así» –explica el especialista– es retrasar el dolor para otro momento, cerrar una herida en falso», subraya.

A golpe de recuerdos
Las fiestas de fin de año deben afrontarse, según el médico de San Juan de Dios «teniendo en cuenta la definición de duelo que hace el psicólogo Paulo Daniel Acero. No se trata de un proceso de olvido, sino de aprender a recordar sin dolor». El objetivo no puede ser olvidarse de las personas que siempre se amaron, sino aprender a vivir con lo mejor de ellos sin que sus recuerdos hagan daño. «Hay que aprender a ver sus fotos, a mirar sus lugares favoritos vacíos, a recordar sus detalles sin dolor». La vida sigue también en Navidad.

Cuando pasado ese tiempo de dos años, la ausencia aún sigue siendo fuente de sufrimiento habrá llegado el momento de consultar a un especialista, que puede ser el médico de cabecera, un psicólogo o un trabajador social del equipo que atendió al fallecido.  «Si le resulta difícil hacer las tareas cotidianas, si recuerda su falta con una enorme y profunda tristeza, pensando que el difunto quizá volverá debería pensar que tiene un problema. Si le busca por todas partes y casi a todas horas, cree que no tiene futuro, no realiza planes y se siente culpable por estar vivo, es más que posible que lo que es un proceso normal se esté convirtiendo en algo patológico».

No hay que darse prisa. Aunque las fiestas navideñas se presenten como un obstáculo, no se trata de una carrera, sino de recuperar el equilibrio emocional de la manera más sana posible. Hace falta paciencia con uno mismo y, en ocasiones, recordarse también las otras mil y un razones que existen para vivir en plenitud. «Nuestra sociedad ejerce sobre nosotros una enorme presión para superar la pérdida de un ser querido con premura», se lamenta el especialista. «Pero, ¿cuánto dura un duelo por un mardio de 50 años, por un adolescente muerto en un accidente de tráfico o por un niño de cuatro años?», se pregunta. «¿Un año, cinco, siempre? La pérdida se responde– se produce en un momento, pero su posterioridad se prolonga toda la vida».

«Hay que animar a los niños a expresar sus sentimientos»

Los niños no pueden quedar al margen del dolor que siente una familia por la pérdida de un ser querido. Son pequeños, pero también ellos van a sentir la falta en la mesa de la amama o el tío que se fue. Si callan por timidez o, lo más probable, por su dificultad para expresar sentimientos, seguramente acabarán pagando ese  silencio. «Aunque resulte doloroso y difícil, lo mismo que en su día hay que informarles de lo sucedido, en estas fechas deberíamos animarles a que expresen lo que sientan», explica Jacinto Batiz. «Los niños –añade– viven emociones intensas tras la pérdida de una persona querida. Si su familia acepta estos sentimientos, los expresarán con más facilidad y eso les ayudará a vivir la pérdida de manera más adecuada».

RECUERDE:

Tema. ‘Es Navidad y hay una silla vacía’.
Intervienen: Angel María Pascual, psicólogo clínico; y Teresa Peña y Begoña Díaz, quienes aportarán su experiencia personal. Modera, Julio Gómez, médico responsable del equipo de Atención Psicosocial del hospital San Juan de Dios de Santurtzi.
19.00 horas. Salón de actos del hospital San Juan de Dios de Santurtzi (avenida Murrieta, 70) Metro: Peñota.

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