Es imposible, por lo menos para un servidor, no sucumbir a los encantos de un bufet de hotel. Me refiero al bufet de los desayunos, con sus tarritos de mermelada, sus bollitos, las tostadas, toda la lencería harinosa y esa ley de la selva; lévantate cuantas veces quieras, hasta hartar. Me miraban las piezas de frutas, sensuales, pero no he caído en la tentación de un desayuno limpio y ligero. Me he metido un palé de minicurasanes abiertos en canal y embadurnados de mantequilla. Me miraba un alemán de reojo sorprendido, yo le he mirado de frente y le he dicho: tu a lo tuyo Bekembaguer, que estoy de disfrute.
Así esoy ahora, colapsado.
Es que un vasco en un bufet está en el paraiso, no me jodas, si no se nos raciona la felicidad, vamos a por toda. Había una señora comiéndose una galleta, y cuando s eha levantado para marcharse, le he dicho al oído:
Bueno, me voy a dar un baño de espuma, otra de las liturgias obligadas en un hotel. LLenar la bañera, vaciar el botecito de gel y recrear un baño de esos de película nocturna pseudo erótica de tele local.
Ya he abierto todos lo cajones para ver si algún narcotraficante se ha dejado olvidado un fajo de billetes, y no.
Venga, que no se más chorradas decir. Pasar buen día, que me llega la visita… (Que noooooooooooooooo)