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Mauricio Martín

Motobloj

La Vueltta en Lambretta

Quién no recuerda ese precioso color de las conchas de la Lambretta 150, un esmeralda entre marino e industrial. Qué elegancia la de las líneas rectas frente a la rechoncha y regordeta Vespa. Pero ganó la Vespa… vivan las carnes.

Pues en Lambretta se cascó doce años Enrique Mugarza -entre 1961 y 1973- trabajando como enlace de la Vuelta Ciclista a España. Cuando no había ni televisión, ni móviles, ni pinganillos, cuando era la pizarra del enlace la que marcaba los tiempos del escapado, la diferencia al pelotón, el pulso de la etapa…

Aprovecho que la Vuelta está muy animada para renovar mi admiración confesa por los moteros de las pruebas ciclistas; he aquí un buen ejemplo.

El compañero Juan Pablo Martín nos lo cuenta, Fernando Gómez lo ilustra y yo lo reproduzco para los que no lo hayan podido leer en papel. Que aproveche.

El motor de la Vuelta

El vizcaíno Enrique Mugarza ejerció de enlace en la ronda durante doce años en los tiempo de Perurena, Ocaña o Merckx

JUAN PABLO MARTÍN

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BILBAO. A sus 82 años la memoria le juega malas pasadas a la hora de recordar los apellidos de los ciclistas extranjeros a los que vio correr en la Vuelta. Pero para refrescarla tiene su particular museo en el alto de puerto de Trabakua, en Mallabia, donde guarda con mimo parte de un pasado unido al ciclismo. Porque, Enrique Mugarza estuvo mucho tiempo en contacto con el deporte de las dos ruedas. Primero como ciclista aficionado en un equipo de Markina, y posteriormente, durante doce años, formó parte de la ronda española como enlace a lomos de su Lambretta, y fue testigo directo de las victorias de Merckx, o Patxi Gabika. De las escapadas de Perurena, Anquetil, Gimondi u Ocaña. Conoció el equipo Kas, «cuando los aficionados del centro y el sur de España no sabían lo que era y teníamos que explicarles que era una bebida como el Trinaranjus», el Fagor, el Peugeot, el Licor 43, el Bic o La Casera, que entre 1961 y 1973, el tiempo que él formó parte de la carrera, integraron el pelotón.

El vizcaíno todavía guarda las credenciales e incluso las placas que instalaba en su moto, en una época en la que EL CORREO se encargaba de la organización, «con Luis Bergareche al frente y el doctor Salinas como médico de carrera». Tiene hasta los rutómetros que les daban al inicio de la competición, en los que venía detallado el trabajo que tenía que realizar a lo largo de todas las jornadas, y los mapas que se editaban entonces con todas las etapas.
Mugarza llegó a la Vuelta por su oficio. Fue jefe de banco de pruebas de Lambretta en su empresa de Eibar, y la firma italiana quería que sus motos estuvieran presentes en la cita. Formó parte de las seis motos de enlace que trabajaban con el pelotón, «y una vez de la docena que iban con la caravana publicitaria que abría la carrera». «A mi me gustaba estar con los ciclistas porque así veía sus movimientos», recuerda.
Su trabajo consistía en vigilar los cruces y los pasos a nivel, señalizar las bajadas peligrosas… «También llevábamos una pizarra a la espalda para anotar los dorsales de los escapados y llevárselos al director de carrera. Entonces no había móviles y se hacía así».
Su etapa de ciclista aficionado también le sirvió para saber moverse en el pelotón sin molestar a los corredores. En el transcurso de la Vuelta convivía con los ciclistas en los hoteles «aunque sólo hablábamos con los de aquí por los problemas del idioma». Su sueldo lo pagaba la empresa como si hubiera estado trabajando, «pero teníamos un seguro que nos ponía la carrera. Al inicio de cada etapa nos daban una bolsa de viaje porque no parábamos a comer. Lo hacíamos sobre la marcha».


Por el humo

En sus doce años de trayectoria como enlace vivió de todo. Desde jornadas de nevadas y frío «en las que había que pilotar con guantes y con el traje azul claro que nos daba la empresa y llevaba impresa la publicidad en la espalda», hasta días insoportables de calor. Todavía recuerda aquella etapa con salida en Barcelona y final en Andorra «en la que partimos con un bochorno asfixiante y llegamos a los Pirineos que estaban nevados. La carretera estaba bastante limpia pero no había quien siguiera a los ciclistas bajando, ni coches, ni motos, ni nadie». O cuando tuvieron que pasar una noche en el taller con el que contaba la marca en cada llegada para cambiar un retén que había en el cigüeñal, que era la primera pieza que se montaba de la moto, «porque con los contrastes de temperatura se había estropeado y los ciclistas se quejaban del humo que echaban las motos». Salvo algún susto en forma de pequeño golpe, «tuve suerte con los accidentes».
Recorrió prácticamente toda España, y pudo comprobar que «la mayor afición a este deporte estaba en el País Vasco. En otras parte ni se enteraban porque estaban trabajando en el campo». Y el mejor ejemplo fue aquella etapa que discurría desde San Sebastián por la costa y pasaba junto a su domicilio en Mallabia. «Mis padres montaron un bar en pleno puerto de Trabakua y no se cabía de gente. De hecho, decidí llegar hasta casa en plena carrera y luego por el montón de seguidores que había junto a la carretera no pude salir por donde había entrado y tuve que recurrir a unos caminos rurales que conocía para poder volver a la prueba». A pesar de ser testigo de las actuaciones de varios de los mejores ciclistas que marcaron una época dentro del deporte de las dos ruedas, Mugarza seguía sobre todo «a los de aquí». «A Gabika, Uribezubia, Perurena…». Y a la hora de escoger un tipo ciclismo se queda con el de entonces «porque era más natural». Ahora ya prácticamente no lo sigue. «Ha cambiado demasiado». Prefiere seguir en su particular museo poniendo a punto sus Lambrettas que un día fueron el motor de la Vuelta.

Por Mauricio Martín

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