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La Tentación del Mundial

¡Suárez muerde de nuevo!

La prensa ya se ha rasgado las vestiduras con Luís Suárez. En especial la inglesa, que no le perdona sus goles y detesta comprobar que la selección del “paisito” terminó con ellos, los inventores del fútbol.

Mordisco de Suárez

Mordisco de Suárez

También han eliminado a Italia en un partido poco espectacular pero repleto de detalles tácticos y luchas individuales al límite. Uruguay no brilla en el centro del campo pero, consciente de sus limitaciones, apela al orgullo charrúa para alcanzar la victoria. Italia parecía (y hasta cierto punto era) superior, pero Godín hizo de sí mismo y en breve tendrá una estatua en Montevideo al lado de la de Artigas.

Uruguay ganó el partido y a nadie le extrañó porque es capaz de eso y mucho más. Pero ahora todo se reduce al mordisco de Suárez a Chiellini. Es cierto que es una reacción impulsiva y equivocada. Pero, ¿por qué debería juzgarse ese mordisco de forma distinta a otros lances del juego? ¿No es peor lo que hizo Chiellini a lo largo del partido? Trató constantemente de engañar al árbitro llevándose las manos a la cara y explicándole con gestos que le habían dado un codazo. Varias veces. ¿No es merecedor de un castigo igual o superior a un mordisco de un segundo? ¿No es más rastrero, deshonesto o ruín que un mordisco? Se juzga peor un arañazo, escupitajo o mordisco porque son percibidos por los aficionados y los capitostes de la FIFA como recursos propios de mujeres. En cambio, un codazo, una patada en plancha o reventar un tobillo en una entrada brusca forman parte de un juego de hombres, de un mundo patriarcal. Evoca los viejos y supuestos códigos caballerescos. A Luís Suárez, una entrada fuerte del galés Dummet casi le deja sin Mundial, en cambio, él no deja fuera del Mundial a Chiellini, excepto por méritos deportivos.

A Cristiano Ronaldo le masacran con los tacos de las botas, pero cuando arañó a Gurpegui casi le lapidan. No es una cuestión baladí, hay que tener en cuenta que en toda la Historia de los Mundiales jamás ha participado un jugador que públicamente se haya declarado homosexual. Pero a la FIFA no le importa resolver los problemas reales sino los simbólicos. Lo que le interesa es que la representación de su poder se atenga a su propia escala de valores. La FIFA es la monda. Asustada como está por las acusaciones de juego sucio en los despachos, insiste en el juego limpio en el césped, pero de una forma tan superficial que roza el ridículo.

Por ejemplo, pretende erradicar los insultos racistas entre jugadores, pero no el racismo. ¿No es puro racismo institucionalizado que los mejores jugadores brasileños sean negros o mulatos y los máximos dirigentes de la federación brasileña sean blancos? ¿No es llamativo que la proporción de mestizos que han podido pagar una entrada a los nuevos estadios sea mínima? Un jugador que llama negro a otro (con mala intención) es sancionado aunque, en efecto, el rival sea negro, pero nunca es castigado si llama a otro maricón, aunque el destinatario del piropo sea heterosexual. En todo este río revuelto pretende pescar Brasil.

Criminalizar a Luís Suárez es debilitar a Uruguay, la única selección a la que la ‘canarinha’ tiene pánico. En cambio, a Brasil, no se la respeta, se la teme. Nadie quiere jugar contra ella porque existe el miedo de que, en caso de una falta dudosa o un desmayo en el área, el árbitro pite a favor del anfitrión. Y, a estas alturas, esos detalles deciden un Mundial. ¡Suárez ataca de nuevo!.

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