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@TabernaMou

La Taberna de Mou

Corrupción, S.A.

En el fútbol ha habido, hay y habrá pasteleo. Por los siglos de los siglos, amén. Lo sabemos nosotros, lo sabían nuestros abuelos y lo sabrán, seguro, nuestros nietos. ‘Muchachos, que a los dos nos viene bien un empatito, así que no nos vamos a tocar las narices, ¿eh?’ Que se besen, que se besen, gritaban los puristas desde la grada, y el partido terminaba con un empate ¡Oh, sorpresa! que a todos venía bien ¿Qué esperabas? Que esto no es una cuestión de dignidad, que esto va de salvar el pellejo y sobrevivir.

¿A quién le amarga un dulce? Si tu equipo, ese de media tabla hacia abajo, de los habituales sufridores que hasta la penúltima jornada no han asegurado el trasero, que ya se sabe el frío que hace en Segunda; si tu equipo ya tiene garantizada la permanencia y, vaya casualidad del caprichoso destino, el calendario te pone como rival a uno de los candidatos al título, tú, que no te juegas ya nada, ¿vas a ser tan imbécil como para no aceptar un ‘pequeño incentivo‘ para ganar el partido? No todos somos Cristiano Ronaldo ni tan idiotas como para no aprovechar la oportunidad de apañar bien el año que mañana, nunca se sabe.

Aquí tenemos al señor fiscal preguntando a los jugadores del  Zaragoza y del Levante -bueno, los que quedan de aquellos equipos implicados- y no sucederá nada porque la Omertá es una ley no escrita que no solo se aplica en los círculos mafiosos italianos. Y no pasará nada porque el sistema está corrupto hasta el tuétano y, salvo algún bala perdida o loco al que le hayan cambiado la medicación, nadie en su sano juicio se va a disparar en el pie. Menos un futbolista, por obvias razones.

Los integristas se echarán las manos a la cabeza cuando se vuelva a cerrar en falso otro nuevo caso que se quedará en presunto y poco más. Quizá lo que estos guardianes del orden deberían de preguntarse es por la corrupción institucional de nuestro fútbol, aunque mucho nos tememos que es un avispero al que nadie se quiere acercar. Por si acaso. Porque es corrupción que no se premie al que lleva bien sus cuentas y no gasta más de lo que ingresa; es corrupción las ayudas públicas o recalificaciones urbanísticas generosas, según su lugar de origen, que reciben los clubes; es corrupción el reparto de las televisiones, que siempre benefician más a los poderosos; es corrupción que se permita comprar jugadores carísimos a sociedades en quiebra, desvirtuando la competición y su fair play. Todo eso es también corrupción aunque, a lo que se ve, solo nos interesa llevar a juicio a veintitantos jugadores por pactar un resultado. Para tranquilizar las conciencias, se supone.

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