Un contexto político extraño y tenso, un bulo, un chivo expiatorio que convertir en campo de batalla, redes sociales para amplificar al máximo la porquería y una renuncia. La historia de Gerard Piqué resumida en una línea. Todos los ingredientes del caínismo al más puro estilo ibérico. Cabe, sin duda, felicitar por su tesón, paciencia y perseverancia a los intolerantes que desde hace muchos años tenían en la diana al futbolista catalán. Lo han logrado.
Gerard Piqué es un jugador imprescindible para entender la saga más triunfal y brillante del fútbol español en toda su historia. También es un jugador con una fuerte personalidad y sin miedo a decir lo que piensa, cualidad ciertamente peligrosa en un mundo en el que lo políticamente correcto domina todos los aspectos de nuestras vidas hasta extremos asfixiantes. Cada vez que Piqué abre la boca o cuelga un tuit, sube el pan. Si a esto añadimos el componente político-nacionalista que vivimos, la tormenta es perfecta. No importa que el central haya salvado un gol del rival, que haya conseguido un tanto en uno de sus prodigiosos remates de cabeza. Todo eso queda en segundo plano. Lo que realmente importa a cierto periodismo y cierta opinión pública es si recorta una camiseta para ocultar el ribete de la bandera.
Piqué ha dicho basta, harto de que se cuestione permanentemente su compromiso con la selección española, de recibir pitadas en algunos estadios, a tener en contra a parte de la prensa deportiva y no deportiva; a tener que dar, junto a la Federación Española, ridículas explicaciones sobre los cortes en las mangas de una camiseta. Ahora llegarán las bienintencionadas iniciativas populares de recogida de firmas y las campañas ‘Piqué, no te vayas’, pero el daño a la reputación del jugador está hecho. Lo que realmente sorprende es que haya tardado tanto en tomar esta decisión.