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La Taberna de Mou

Las derrotas huerfanitas

Dos verdades verdaderas para analizar la dura derrota de la selección de baloncesto: después de tanto atracón de caviar, el regreso a la modesta pero nutritiva lenteja es duro. Y dos: la victoria tiene mil padres. La derrota es huérfana. Salvo que tengas a una cabeza de turco para que se coma el marrón. Orenga, dimisión y todos tan felices. Así arreglamos el fracaso de anoche ante los franceses y a otra cosa, mariposa, que ya hemos dedicado demasiado tiempo a historias menores y tenemos prisa por volver a la rutina de siempre, que aquí lo que de verdad interesa al personal es que Sergio Ramos tiene que jugar de lateral en el derby. Lo demás, con perdón, chorradas.

Seguramente el guión de esta película que huele a decepción y fracaso terminará con la lapidación pública de Juan Orenga y poco más. Total, hasta el año que viene no se hablará de nuevo de baloncesto a gran escala, por lo que tampoco merece la pena emplear más esfuerzo. Una lástima, ya que se perdería una magnífica ocasión para que todos los padres del batacazo de ayer se retrataran de cuerpo completo y asumieran, sí, bonito verbo, asumieran su responsabilidad, que aquí hay para todos y todos tenemos nuestra parte alícuota de culpa en la humillación de anoche. Por partes.

José Luis Sáez, presidente de la Federación. El Rey Sol. En su haber, rescatar de la ruina a una entidad condenada a la penuria permanente; gestionar a la mejor generación de jugadores de toda la historia del baloncesto y devolver a este deporte al lugar que por derecho le corresponde. En su contra, el enorme ego que la laminado toda la actividad de la selección y de la Federación. El pernicioso virus del dirigente-protagonista, que no admite que nadie eclipse su figura. Si Orenga, Pepu, Scariolo, Aito, no valen como seleccionadores, puede que el problema sea la persona que los elige. Mal final para un personaje clave en los éxitos de este deporte.

Juan Orenga. Tan buen tipo como relaciones públicas. El mejor entrenador para el concepto Sáez de lo que tiene que ser un seleccionador: alguien que no plantee problemas.  Filosofía muy en la línea de los dirigentes que creen que un grupo excepcionalmente bueno de jugadores no necesita a nadie que los dirija. Por ello no era necesario tener experiencia, ni siquiera conocimientos técnicos exhaustivos sobre dirección de juego. Bastaba con no incomodar demasiado a las estrellas o a la dirigencia. Ideal para el puesto, salvo que te aparezca una Francia peleona en un partido y te caigas con todo el equipo, como sucedió en Madrid.

Jugadores. Negar a la mejor generación de todos los tiempos lo que han logrado sería una necedad mayúscula. Gracias infinitas por lo que nos han hecho disfrutar, vibrar y vivir durante estos años. Sin embargo, es de muy mal deportista soltar, como anoche hiciera Navarro, que el equipo no preparó bien el partido ante Francia, hábil manera de quitarse el marrón de encima, volcar la porquería hacia el entrenador y salir, como casi siempre, libres de cualquier responsabilidad. Orenga habrá gestionado pésimamente el partido, pero el seleccionador no es responsable de los 2/22 en triples, los 8 rebotes ofensivos o los 20 rebotes defensivos de las estadísticas. Entre otras cosas feas que se vieron en la cancha.

Aficionados y prensa. Unos por desconocimiento, otros por soberbia, decidieron que este equipo iba a disputar la final contra los americanos casi sin sudar sobre la pista. Tal cual. La prepotencia se paga caro y la idiotez de la ÑBA, feliz ocurrencia de un responsable de marketing, va a tener una complicada digestión. Como dijo aquel, que cada palo aguante su vela aunque, mucho nos tememos, pasará lo de siempre.

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