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Rafa Nadal: nuestro anti-héroe favorito

Hay tipos que cada vez que saltan a una pista te reconcilian con el deporte en su estado más puro, más honesto, más humano, más próximo y más auténtico. Hay días en los que la derrota de uno de esos tipos tan especiales la vives como un triunfo porque te han hecho vivir su sufrimiento, su dolor, su quiero pero no puedo de tal manera, que lo de menos es si gana o no el partido. Son deportistas tan grandes que son capaces de romper las barreras del fanatismo ciego, de los regionalismo excluyentes y de las filias y las fobias personales. Hemos estado durante un par de semanas con uno de esos tipos, generoso en el esfuerzo, en la lucha, en el dolor, en el sufrimiento, en las victorias y en la derrota final.

Rafa Nadal ha logrado ser un héroe de carne y hueso, tan normal, tan vulgar, tan de este mundo cotidiano que podría ser como cualquiera de nosotros. Es un currante de un oficio tan prosaico como dar estacazos como su le fuera la vida en ello a una pelota con un extraño instrumento llamado raqueta. Desde niño se preparó para este trabajo y lo hace de maravilla. De hecho, se gana bastante bien la vida con ello. Por lo demás, lleva una vida de lo más normal. Se sabe lo que gana, porque el tenis tiene la virtud de dar a conocer lo que se paga a cada cual en los torneos. Tiene una novia tan discreta que rara vez aparece -y siempre contra su voluntad- en las revistas del corazón. Sus padres, incluso, han pasado por una separación, sin que se haya convertido el drama en un espectáculo público, carne de plató nocturno y comentario diario de los chacales de la casquería, todo a cambio de un importante aumento en la cuenta corriente. En definitiva, una vida tan vulgar y tan corriente como la de la inmensa mayoría de los mortales. Entonces, ¿Qué hace de Rafa Nadal ser un tipo excepcional?

Rafa Nadal es lo más alejado al estereotipo del deportista-marketing que pueda uno encontrarse. No es un producto de laboratorio diseñado para usar y tirar, tipo kleenex pero ganando y haciendo ganar una pasta gansa. Nadal es una fábrica de ganar dinero, como dan fe las numerosas campañas que ha protagonizado, con los consiguientes bancos, perfumes, alimentos para el desayuno y merienda, ropa interior, galletas fabricadas en su Mallorca natal, turismo de las islas y una marca de coches bastante alejada de los supercochazos de lujo que pensamos llevan estos grandes deportistas. Nada más alejado del prototipo de deportista alto, guapo, rico y magnífico y que, además, presume de ello y está encantado de haberse conocido. No se puede ser más soso, la verdad, para desgracia de los publicistas, esos magos capaces de hacerte creer que necesitas un radiador en el desierto. Entonces, ¿Qué hace de Rafa Nadal ser un tipo tan auténtico?

Rafa Nadal es un magnífico tenista, como otros muchos, con un pequeño detalle que le convierte en único: una fortaleza mental a prueba de bomba atómica. Cualquier mortal que no fuese Nadal con unas rodillas inestables, en las que cada paso se convertía en una pesadilla; unas ampollas que te duelen con solo verlas, portada en carne viva de periódicos; o una espalda maltrecha tras hacer gesto extraño al devolver una pelota, convirtiendo cualquier golpe en un infierno, habría arrojado la toalla sin dudarlo por un solo instante. Sin embargo, la vía cómoda, rápida y comprensible del abandono, no está en el vocabulario de Nadal. Solo los elegidos tienen algo en su cabeza que les obligan a darlo todo en la pista, a pesar del sufrimiento imposible. Eso es lo que les hace grandes. Eso es lo que les hace únicos. Eso es lo que hace de Nadal ser alguien admirado y admirable. Incluso por encima del triunfo o la derrota, algo realmente extraño en un país tan resultadista como el nuestro y con la envidia muy dentro de los genes.

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