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La Taberna de Mou

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Hace años, menos de los que creen, los clubes de fútbol, bien por respeto, bien por imperativo contractual, bien por ambas razones, dedicaban un partido de homenaje a aquellos jugadores-entrenadores que por su trayectoria ejemplar y dedicación intachable a unos colores, merecían el reconocimiento público de la institución y de todos los aficionados. Hoy, con unos calendarios imposibles, cargados de bolos viajeros para explorar futuros mercados, es muy difícil organizar este tipo de partidos. En el caso del Real Madrid, además, habría que añadir que se ha entrado en una peligrosa deriva de olvido hacia aquellas figuras que contribuyeron a hacer de este club una de las instituciones deportivas más importantes del planeta.



Hay jugadores que se convierten en verdaderos símbolos de un equipo, sobreviviendo al paso del tiempo y de las generaciones de aficionador. Gente como Puskas, Velázquez, Paco Gento, Pepe Pirri, Amancio Amaro, Miguel Muñoz y una larga lista de futbolistas-leyenda, recibieron en su día el reconocimiento del Bernabéu. Hoy no. Hoy, en el mejor de los casos, reciben un homenaje camuflado, como sucediera recientemente con Raúl González ¿Qué hizo mal en su día el ex capitán madridista para no poder despedirse en condiciones del que fuera su público? ¿Qué hicieron mal Vicente del Bosque, Fernando Hierro o Fernando Carlos Redondo, por poner solo tres ejemplos, para no merecer siquiera una despedida digna de su hoja de méritos? ¿Tendrá algo que ver con las filias y las fobias presidenciales, con el habitual o conmigo o contra mí de los regímenes presidencialistas? ¿Acaso la institución no debería de estar siempre por encima de quienes la manejan circunstancialmente, por mucho poder o respaldo popular que acumulen?
Recientemente Raúl González regresó al Bernabéu, a la que fue su casa durante 18 años. No fue un partido homenaje sino una pachanga disfrazada como tal, pero que fue entendida mayoritariamente por el socio como la vuelta al hogar del hijo pródigo. Los dirigentes estuvieron a la altura de las circunstancias, a pesar de un doloroso retraso de tres años y de vender el evento como una edición más del Trofeo Santiago Bernabéu y, ya que está el Al Sadd por aquí, pues lo vestimos como un homenaje y todos tan contentos, demostrándose una vez más que algo está fallando cuando se ningunea a alguien que se ha puesto la camiseta del Real Madrid en 788 partidos. Lo que sería un motivo de orgullo, se convierte para la dirigencia en un problema. No todos los clubes españoles cuentan, por ejemplo, con un ex jugador y entrenador que ha conseguido llegar a ser campeón de Europa y del Mundo al frente de la selección española. El Real Madrid, sí. Pero, al parecer, es políticamente incorrecto presumir de ello.
El Caso Casillas, según los florentinólogos, va por el mismo camino. El presidente, al parecer, no soporta al capitán a quien, incluso, le consideraría culpable del fracaso del proyecto Mourinho, una apuesta personal del mandamás blanco y que, por esta razón, hay algo más que razones deportivas para justificar la suplencia de Iker. Toda una invitación a salir del club. Se dice que el mayor patrimonio de un club se encuentra en su sala de trofeos y en su vestuario. Al menos, la letra del himno del Real Madrid habla de veteranos y noveles que miran tus laureles con respeto y emoción. Quizá habría que recordar más a menudo el significado de estas palabras.

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