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@TabernaMou

La Taberna de Mou

La Grandeur de la France

Ser francés en el mundo del deporte es algo extraño. Medio mundo les considera unos chovinistas de merde, pero ahí están ellos, tan orgullosos de lo que hacen, de sus cosas y de sus gestas. Cuando las tienen, que últimamente crían telarañas en sus salas de trofeos. Quizá sea por esto mismo que han optado por una vía de grandeza diferente: en lugar de presumir de deportista, ensalzamos el escenario de su gloria. Pero no desde la ceguera fanática, sino desde la objetividad crítica, mostrando los trapos sucios si es necesario. Y ahí ganan al resto por goleada. Hay que reconocerles que lo saben vender con maestría y, por qué no decirlo, tienen toda la razón para hacerlo.

Cada mes de julio llega una liturgia para los amantes del deporte: la sobremesa pegado al televisor contemplando el Tour de Francia. Y cada año repitiendo la misma historia de miles de personas apostadas en las cunetas para ver el paso veloz de los corredores, las autocaravanas para los más sofisticados, los pueblos, grandes y pequeños, vistiendo su traje de domingo pasa salir bien en la tele, o las cimas de los míticos puertos de los Pirineos o los Alpes en los que se desafían todas las leyes físicas para que no caigan los corredores atravesando el gentío. Para todos ellos el Tour es lo más grande de este mundo, un espectáculo único, irrepetible, y eso que no lo gana un ciclista francés desde que en el 85 Bernard Hinault vistiera de amarillo en los Campos Elíseos.
Estos días, con motivo del Centenario de esta mítica prueba ciclista, se han emitido varios documentales que han recuperado la memoria de la Grande Bouclé. Sorprende para el ojo español le ecuanimidad de los comentarios. La grandeza de las imágenes en blanco y negro con carreteras adoquinadas imposibles, rostros destrozados por el esfuerzo, antiguas bicicletas de hierro, con las cámaras de repuesto a la espalda, mezcladas con las de los grandes ídolos caídos en la miseria del dopaje, el caso Festina, las confesiones de Thévenet, las gestas de mentira del Pirata Pantani y el mayor tramposo de la historia de este deporte, Lance Armstrong, los Tour despojados tras ser cazados a Floyd Landis y a Alberto Contador, la gran mentira de Jan Ulrich, las insinuaciones sobre Miguel Indurain, el primer Robocop, le llaman, del ciclismo, los sucios manejos semimafiosos de Bernard Tapie, el mentor, qué ironía, de un equipo llamado La Vie Claire, o la insaciable deriva mercantilista de los organizadores del Tour, con Jean Marie Leblanc a la cabeza, en la que el corredor era lo último en lo que se pensaba al diseñar el recorrido, con interminables traslados, hoteles lejanos de las llegadas o salidas… ¿Seríamos capaces en España de hacer un ejercicio de autocrítica parecido al de los colegas franceses con su patrimonio deportivo nacional? Me temo que no.
PD. Al hilo de lo anterior, también nos hemos preguntado en esta Taberna por las diferencias entre la justicia deportiva española y la francesa. Dos casos y juzguen ustedes mismos. Francia, Caso Leonardo, entrenador del PSG. Sanción por empujar a un árbitro, nueve meses. Apelación sube el castigo a un año. España, Caso Mourinho-Tito Vilanova. El Comité de Competición ventiló los hechos con dos partidos de sanción al entonces entrenador madridista y con uno al del FC Barcelona. Ninguno cumplió el castigo tras ser amnistiados por la Federación Española de Fútbol. Juzguen y comparen.

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