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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Thomas Austin

Os he dejado unos días abandonados porque he recibido la indeseada visita de la gripe A y de su inseparable compañero el virus H1N1. Pero entre el paracetamol y mi sistema inmunitario les han hecho una oferta que no han podido rechazar y, en este momento, están haciendo las maletas para largarse, dejarme en paz y encontrar a otro desprevenido huésped al que gorronear. Como veis, todavía deliro. Y siguiendo el delirio, hoy os presento un post un poco especial. Vais a conocer a Thomas Austin, un estúpido que por capricho creó una crisis ambiental de tal gravedad y consecuencias que, en la actualidad y siglo y medio después de su inicio, todavía supone una preocupación y grandes gastos a su país, Australia.

Nuestro protagonista nació en 1815 en Baltonsborough, Somerset, Inglaterra, y era el sexto y más joven hijo de John y Nancy Austin. En 1831 toda la familia marchó a Tasmania y se instaló en la capital, Hobart, donde vivía el tío James, condenado y desterrado desde Inglaterra. Thomas y su hermano James montaron una granja de unas 4000 hectáreas en Ouse pero, en 1837, se trasladaron a Australia, en concreto a Victoria, la zona sur de esta isla continente y la más cercana a Tasmania. Thomas cercó 11736 hectáreas en Winchelsea, y fundó un rancho ganadero al que llamó Barwon Park. En 1845 se casó en Melbourne con Elizabeth Phillips Harding y tuvieron 11 hijos. En Barwon Park, Thomas Austin construyó una mansión de piedra azul que terminó en 1871, el mismo año de su muerte.

Hasta aquí, en la biografía de Austin no hay nada especial. Uno más de aquellos ingleses cuya familia, más bien tirando a poco acomodada, partió hacia las colonias para prosperar y poblar el imperio que Inglaterra estaba construyendo en el siglo XIX. Pero nuestro protagonista era miembro de la Asociación de Aclimatación de Victoria. Los colonos que llegaban de Europa, y no sólo los ingleses en sus colonias, pretendían recrear sus países de origen allá donde llegaban, querían construir lo que, más adelante, el historiador Alfred Crosby denominaría Nuevas Europas. Allá llevamos no sólo nuestros cultivos sino también nuestras malas hierbas, nuestros ganados y sus parásitos y a nosotros mismos con nuestras enfermedades. Y Thomas Austin era uno de ellos.

Y, además, Thomas Austin quizá fuera un cazador compulsivo y, también, un nostálgico y recordaba con pena de algo perdido las escenas de caza de su infancia en su Somerset natal. Así, intentó introducir y aclimatar especies de caza de Inglaterra en su rancho de Barwon Park. Antes ya se había intentado pero fue Austin el que tuvo la genial idea de introducir las especies salvajas y no las domesticadas. Fue en Navidad de 1859 cuando recibió el deseado envío desde Inglaterra; llegó en el clipper bautizado Lightning. Aquel día soltó 72 perdices, 5 liebres y 24 conejos. No sabemos mucho, por lo menos yo, de las perdices y las liebres, pero las dos docenas de conejos hicieron historia.

Thomas Austin era meticuloso y llevaba al día sus cuentas: en sus apuntes nos enteramos que, sólo siete años después, en 1866, Austin cazó 14253 conejos; esta cantidad supone entre 25 y 30 toneladas de carne de conejo. Repito, lean la cantidad, no hay ninguna errata, es un número de cinco cifras. Unos 39 conejos cada día, más o menos.

Y los conejos empezaron a extenderse por una tierra libre de depredadores, alimentos en abundancia, reproducción a tope y un clima absolutamente adecuado para su modo de vida. En los bosques avanzaban entre 10 y 14 kilómetros cada año pero en las extensiones abiertas del interior llegaban a los 100 kilómetros al año. En 1910 cubrían, y esto de cubrir es casi literal, las dos terceras partes de Australia; y todavía en 1980 conquistaron otros 400 kilómetros más hacia el norte. Vean el mapa que viene a continuación y tengan en cuenta que, a pesar de los intentos de ciudadanos y gobierno de controlar la plaga de conejos (es otro capítulo de esta historia), en la actualidad hay todavía unos 300 millones de conejos en Australia.

*Crosby, A.W. 1988. Imperialismo ecológico. La expansión biológica de Europa, 900-1900. Ed. Crítica. Barcelona. 352 pp.

*McNeill, W.H. 1983. Plagas y pueblos. Siglo XXI de España Eds. Madrid. 303 pp.

*Williams, K., I. Parer, B. Coman, J. Burley & M. Braysher. 1995. Managing vertebrate pests: Rabbits. Australian Government Publ. Serv. Canberra. 25 pp.

*Williamson, M. 1996. Biological invasions. Chapman & Hall. London. 244 pp.

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