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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Onomástica (II)

Seguimos con los nombres. En Suecia, para buscar trabajo, encontrarlo y ganar más, lo más adecuado es que tu nombre suene a sueco. Así lo han descubierto hace tiempo los inmigrantes africanos, asiáticos y eslavos. Mahmood Arai y Peter Skogman Thoursie, de la Universidad de Estocolmo, estudiaron este asunto y llegaron a la misma conclusión que decenas de inmigrantes. Para ello, estudiaron la vida laboral de los 641 inmigrantes que habían solicitado un cambio de nombre a algo que sonase más sueco, como ya he dicho, entre 1991 y 2000. (Por cierto, y entre paréntesis, ¿saben ustedes quiénes son Robert Zimmerman, Maria Kalogeropoulos, Allen Konigsberg o Bernard Schwartz?). Además, los autores estudiaron los sueldos de los inmigrantes hasta tres años antes del cambio de nombre y hasta tres años después. El resultado es claro: en el año siguiente al cambio de nombre, el sueldo de los inmigrantes sube una media de un 141%. Y sube más cuanto más bajo era el sueldo antes del cambio de nombre. Quizá las empresas les contratan con más facilidad pero también se detecta, en ese año, que el propio inmigrante busca trabajo con más ahínco. Por cierto, el nombre más abandonado es Mohammed.

Pero una cosa es tener un nombre similar al del país de acogida y otra muy distinta es elegir el nombre más común. Y esto se ha estudiado en España, en concreto por Dolores Collado y su grupo, de la Universidad de Alicante. Según sus resultados, si colocamos a un lado el 10% de la población con los apellidos menos frecuentes y al otro lado el 10% con los más frecuentes, las profesiones de prestigio dominan en los apellidos poco frecuentes. Hay, entre las carreras de prestigio) menos Garcías, Alonsos, Pérez o López de lo que sería una distribución normal (¿Por qué creen que nuestro Presidente es José Luis Rodríguez Zapatero, o sea, ZP, y no José Luis Rodríguez, como sería lo habitual?). El sesgo hacia los apellidos menos frecuentes es muy fuerte y llega al 45%. En conclusión, hay que encontrar (es cuestión de los padres al elegir nombre para sus hijos) un término medio entre el inmigrante como extraño y el nacional más común como más fácil de olvidar (¿Sabían ustedes que Fernando Savater se llama Fernando Fernández Savater?).

Y encima, al buscar trabajo, uno puede caer en la trampa de su propio nombre. Frederik Anseel y Wouter Duyck, de la Universidad de Gante, han descubierto que, por encima de la media, la primera letra del nombre del trabajador coincide con la primera letra del nombre de la empresa. Y pasa con todas las letras del alfabeto; y más con las menos comunes, lo que aceptado lo primero, hasta parece lógico. En fin, ni idea de por qué ocurren estas cosas, pero ya ven ustedes (y ténganlo en cuenta al nombrar a sus hijos), el nombre es más importante y marca más de lo que creemos.

(Pues son Bob Dylan, Maria Callas, Woody Allen y Tony Curtis).

*Anseel, F. & W. Duyck. 2008. Unconscious applicants: A systematic test of the name-letter effect. Psychological Science 19: 1059-1061.

*Arai, M. & P.S. Thoursie. 2009. Renouncing personal names: An empirical examination of surname change and earnings. Journal of Labor Economics 27: 127-147.

*Collado, M.D., I. Ortuño Ortín & A. Romeu. 2008. Surnames and social status in Spain. Investigaciones Económicas 32: 259-287.

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