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Sin zonas erróneas

Aquí  termina esta larga serie de post donde comentábamos el libro del Dr. Wayne W. Dyer “Tus zonas erróneas”.

En este último capítulo “se supone” que el lector ha conseguido eliminar sus zonas erróneas siguiendo las recomendaciones del libro del Dr. Dyer.

Empieza su capítulo el Dr. Dyer con la siguiente frase:

“Están demasiado ocupados siendo, para fijarse en lo que hacen sus vecinos.”

Con esta frase el Dr. Dyer se refiere a los que han seguido sus consejos y han conseguido eliminar las zonas erróneas de su mente.

Es muy cierto, que en muchas ocasiones perdemos una importante parte de nuestro tiempo, mirando lo que hace o tiene el vecino, en lugar de hacer y mirar lo que de verdad nos interesa a nosotros.

También debemos parar de cuando en cuando, nuestra generalmente estresada vida y tomar un café (a quien le afecte la cafeína mejor tila, manzanilla… etc) con nosotros mismos, mientras saboreamos ese café, analizar nuestro día anterior e intentar comprender nuestros actos y reacciones.

Una enseñanza del libro del Dr. Dyer (muy tonta, todos la sabemos, pero erróneamente no solemos practicarla), es que es mucho mejor razonar que pelear, conseguimos mucho mas (aunque no siempre ganemos), nos sentimos mejor nosotros y los que nos rodean.

Si conseguimos dominar nuestra mala leche, comprendemos que no nos debemos dejar dominar, razonamos con las personas que no opinan igual que nosotros, al final, hasta esas personas que con facilidad se les pone la cara roja como un tomate, (la mayoría) aprenderá a respetarnos, estarán más cómodas a nuestro lado y los BENEFICIADOS seremos NOSOTROS además de beneficiar a los que nos rodean.

Pues si sobre el papel (pantalla en este caso), en tan fácil defender nuestra opinión razonándola, en lugar de imponerla o de asumir las ordenes de los demás, sin estar de acuerdo con ellas, razonando los motivos, ciertamente es difícil perder las costumbres de comportamiento de toda una vida, pero si no lo intentamos jamás lo conseguiremos, INTENTEMOSLO.

Os contare un caso que ocurrió ayer, es tan poco importante, que de veras tendré que hacer un esfuerzo para recordarlo.

Llego Silvia, mi mujer, después de su programa de radio a la cocina para preparar la cena, estamos hablando de la cena de Nochebuena.

Vino diciendo que estaba deprimida, compañeros suyos se iban a juntar un montón, alguien le pregunto si iría a pasar las navidades con sus padres… y bajo con una mala leche…

Opino que su mala leche venia un poco de la envidia, de su sensación que en las cenas donde se juntarían muchos se lo pasarían muy bien.

Por otro lado “quizás” un deseo reprimido de ver a sus padres, unido a que ayer “por sorpresa tenia fiesta yo” y si hubiésemos contado con ese día de puente “quizás” habríamos ido a visitar a sus padres, quizás no….

La cuestión es que la unión de estos factores, la hicieron sentir envidia y depresión, hasta el punto de bajar con dolor de cabeza.

Realmente, no le gusta estar rodeada de mucha gente, en eso se parece a mí, a ambos nos gusta ir a nuestro aire, solo que yo suelo adaptarme a la situación y ella suele enfadarse.

De hecho, ella (mi mujer), es una (quizás la única) de las personas que consigue sacarme de mis casillas y eso que desde que estamos juntos comprende mucho mejor las cosas.

Bueno, la cuestión es que yo estaba bien tranquilo, tomando un moriles fresquito, mientras la esperaba y me llega toda enfadada por su mezcla de envidia y depresión.

Cuando me viene con la cara de perro (como digo yo) quejándose por todo, pareciéndole todo mal (como una niña mimada), terminamos discutiendo y más de una vez acabamos sin cenar.

Entonces, ayer en lugar de decirle lo pesada que era, razone con ella los motivos de su enfado.

-Razonamos que no estábamos solos, estábamos ella y yo, ambos nos hacíamos compañía.

-Razonamos que en casa estamos más cómodos que en la de los demás.

-Razonamos que ella tenía ilusión de hacer unos lomos de merluza con patatas panaderas al horno.

-Quizás algo más que no recuerdo…

Pues gracias a parar el mundo, hablar cinco minutos, ella perdió su cara perro, se entretuvo con la merluza que le salió riquísima, (y eso que soy carnívoro), tuvimos una cena estupenda, que le falto un par de gruñidos míos para que la calma y la tranquilidad, se convirtiera en tempestad.

Con esto intento haceros comprender que nuestras reacciones importan mucho al mundo y que el mundo reacciona según reaccionemos nosotros, seamos más listos que el mundo y sepamos controlar nuestras reacciones, ganara el mundo y nosotros.

Básicamente se trata de disfrutar de la vida, aceptándola como viene, sacar lo menos malo de cada ocasión, si estamos solos podemos disfrutar de la soledad, si estamos acompañados disfrutemos de la compañía, si hace frío pongámonos más ropa, si hace calor simplemente pongámonos menos ropa, pero con quejarnos no ganaremos nada, solo acrecentar nuestra propia sensación y dar la paliza a los que nos rodean.

No hay que estancarse en el pasado con sentimientos de culpa por cosas que ya ocurrieron, si ocurrieron, aprendamos de ellas y sigamos nuestro camino con esa experiencia aprendida.

Las preocupaciones son parte constitutiva de nuestra vida, pero no hemos de dejar que nos atormenten, hemos de olvidar las preocupaciones del pasado, remediar lo mejor posible las del presente y las del futuro ya vendrán por si solas.

Terminaremos con una cita que nos coloca al final de su libro el Dr. Dyer del Reader’s Digest:

Nada hace que la felicidad sea más inalcanzable que tratar de encontrarla.

El historiador Will Durant describe cómo buscó la felicidad en el conocimiento y sólo encontró desilusiones.

Luego buscó la felicidad en los viajes y sólo encontró el cansancio; luego en el dinero y encontró discordia y preocupación.

Buscó la felicidad en sus escritos y sólo encontró fatiga.

Una vez vio una mujer que esperaba en un coche muy pequeño con un niño en sus brazos.

Un hombre bajó de un tren y se acercó y besó suavemente a la mujer y luego al bebé, muy suavemente para no despertarlo.

La familia se alejó luego en el coche y dejó a Durant con el impacto que le hizo realizar la verdadera naturaleza de la felicidad.

Se tranquilizó y constató que “todas las funciones normales de la vida encierran algún deleite”.

 

 

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