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Barcelona: mi autocrítica del terrorismo

 

 

            Lees mil cosas, piensas otras tantas, muchas te llegan hondo, otras las notas más improvisadas, pero todas te rumian internamente sobre su parte en la verdad; en la verdad de Barcelona, Londres y París… y de Bagdad, El Cairo e Islamabad… ¿son lo mismo? Sí, terror puro y duro. Y ¿por lo mismo? Sí, reforzar los mismos objetivos por dos vías paralelas. Pero, ¿qué objetivos en cada lugar y por qué estrategias coordinadas? Me pierdo. Es fácil decir, por puro odio y terror allí y aquí. Y sí, es por odio y terror, pero ¿hay algo más tangible alrededor de estos sentimientos bárbaros que nos permita agostar su terreno? Sí, y leo por aquí y por allí, apuntes muy notables sobre una clave religiosa desbocada. Y de todo ello me quedo con que hay un uso estratégico de la religión por la política del terror, y lo sabía; y me quedo con que la corriente más fundamentalista y violenta del Islam está ganando terreno en la insurgencia islamista; no sólo aquí, en algunas minorías ocultas en la red de libertades de nuestras sociedades, sino sobre todo allí, en los lugares de guerra y represión del mundo islámico. Aquí, son minorías absolutamente reducidas, pero son y están. ¿Por qué negarlo en el análisis? Y allí son minorías menos minoritarias, y acaso en no pocos lugares, mayorías, ¿por qué negarlo en el análisis?

 

            Sinceramente, no estoy en condiciones de analizar las corrientes más diversas en la política/guerra de tantos lugares del mundo árabe y musulmán, así que lo dejo en planteamiento. Sólo postulo que cuestionemos más la idea simple de apelar a que las religiones siempre son mediaciones de paz y convivencia y, si se demuestra lo contrario en muchos modos de afrontar la libertad por no pocos fieles, peor para los hechos. ¡Deberían serlo siempre, es un deber y un deseo! Entre nosotros son minorías los fanáticos violentos, pues vamos a sumarnos todos a políticas de integración democrática que darán su fruto en dos o tres generaciones. Éste es un compromiso a medio y largo plazo, y el que crea que se puede resolver con dos horas de formación en la escuela y en un par de cursos, no lo entiende. Por tanto, aquí y allí, las poblaciones musulmanas con un sentido ético y religioso pacífico por la justicia, son vitales. Y las nuestras también. Y la fe, toda fe, tiene que colaborar a esto. Esta ciudadanía es la imprescindible. Todos somos necesarios, muchos muy importantes, éstos imprescindibles.

 

            En este acercarse al drama que estamos viviendo, yo le daría mucha presencia y fuerza en el análisis al factor “lucha por el poder económico y poder político” en esa región del mundo que se concentra en oriente medio, y por ende, a la variedad de objetivos de todos los sujetos enfrentados en ella; en el mundo islámico hay muchos sujetos con diversos intereses fácticos enfrentados; se sabe bien de esto por muchos analistas y estudiosos, luego hay que empeñarse en conocerlos en lo elemental (recomiendo ver Atrio-Agustín Revuelta); y en el mundo occidental hay otros tantos sujetos con diversos intereses fácticos particulares y antagónicos también: el cruce de intereses geoestratégicos y económicos en la zona es proverbial; las guerras de Afganistán, Irak y Siria, los han puesto en primer plano.

 

            Nadie, salvo los terroristas y la población que los apoya (en todos los sitios la hay) quiere ver a las víctimas por Las Ramblas de Barcelona, nadie; pero muchos jamás renunciarían a sus objetivos políticos, económicos y productivos para facilitar políticas que minen la base económica y de lucha de poder en el conflicto. Porque, ¿quién sostiene en toda esa área de oriente medio y próximo a los grupos gobernantes que dirigen los países? Y ¿quién respalda a los grupos terroristas que, persiguiendo el mismo poder, recurren a un fundamentalismo cultural y religioso bárbaro? ¿Quién recoge el dinero con el que se financian y en qué cuentas aparece? Y los bancos, ¿con qué facilidad denuncian ante el Estado que esto o aquello no aceptan porque procede de aquí y de allá, para éstos y para los otros delincuentes? ¿Quién pone en la picota a su multinacional de armamento o derivados del petróleo o constructora, ¡a la suya, no a la de otros!, y denuncia la posición de poder que disfruta o gana a la sombra de la guerra? ¿Quién desvela internacionalmente los paraísos fiscales, las cuentas en Suiza o la compra de deuda pública internacional que manejan los Reyes del petróleo, los traficantes de armas, o quizá de la droga? ¿Quién denuncia y explica si se desvían capitales de primera magnitud, y por quiénes, hacia el terrorismo practicado contra los adversarios políticos, ideológicos, religiosos y económicos? ¿Quién ha forzado en la guerra de Siria dos bandos que impiden que la gane nadie y hayan de pactar una salida compartida con el mismo déspota, en aras a intereses ajenos a la población? ¿Quién maquina ¡personas, empresas y países! para que tales o cuáles grupos terroristas tengan medios contra las corrientes militares y religiosas que podrían perjudicarles? Y así a cada paso.

 

            En fin, nadie quiere víctimas inocentes en ningún lugar, ¡casi nadie, no muchos!, pero pocos quieren pagar el precio que deberían, en aras de un mayor paz. ¡Vivo en el mundo! Los terroristas, nunca, porque el odio y la sed de poder va con ellos; los grupos gobernantes, nunca, porque el terror es muy malo, pero compartir los bienes y el poder por lo visto es peor; los gobiernos del lugar, tampoco, porque las monarquías bañadas en petrodólares no lo van a hacer, y si se les exige una postura de dureza, retiran su capital del país que las amenace en solitario; o sea, puede decirles un Estado, “sean ustedes buenos, pero no abandonen sus inversiones aquí”.

 

            Luego nuestros gobiernos sí están interesados en acabar con el terrorismo, ahormado en cierto islamismo fundamentalista, muy interesados; lo están, pero tienen que acordar con todos los demás Estados, y todos con muchos intereses en juego, y sin peder la plaza en el tablero de juego, y mirando de reojo a los otros, y con sus poblaciones (nosotros) acudiendo a votar cada cuatro años; los echamos si no hacen una buena política antiterrorista y los echamos si no hacen buenos negocios internacionales, y su espacio de mercado lo ocupan otros. Todos rechazamos la venta de armas y la guerra, pocos aceptamos las décimas de déficit público que esto acarrea. Impedirlo exige políticas fiscales más justas y de reparto más exigente para el que trabaja y gana bien, y desde luego para las plusvalías del capital, pero esto no hay quién lo venda. (Sólo con que Barcenas no robe, no llega). Hay que hablar de otras políticas fiscales y entonces las víctimas de Barcelona o El Cairo ya están muy lejos en el argumento. Pues eso. Hay que darle una vuelta a todas estas conexiones con un modo de vida. Aquello de la civilización de la sobriedad desde los pobres (Ellacuría) no es una locura.

 

            Por eso decía que la clave religiosa es muy importante, y la modernización cultural que hace posible la democracia, también, pero la tela de araña de intereses materiales y políticos en juego, pone sobre el tapete negocios y colaboraciones que afectan al modo de vida del “dinero, dinero, dinero… poder, poder, poder…. objetivos políticos, militares, financieros…”. No me distraigo de lo que sucede y las víctimas, ni me inculpo ingenuamente en favor de los terroristas, pero el problema es mucho más enredado y con sacrificios más equitativos entre las partes; sacrificios de toda índole, pero también materiales y de autocrítica a nuestro modo de relacionarnos con el mundo, como particulares, como empresas, como Estados, como civilización. Si los occidentales no somos autocríticos -objetivando al máximo los factores en juego-, no vamos a entender nada ni ser fuertes contra la injusticia radical del terrorismo político-económico, ahormado en un islamismo violento, y que nos afecta aquí y allá.

 

            Las generalizaciones como impedir su entrada (la de todos los árabes y musulmanes), sospechar de todos, terminar con las religiones, cerrar fronteras, machacarlos con la guerra preventiva, son injustas en su base, inútiles en su propósito e ignorantes de nuestra interdependencia. Para poner a las poblaciones musulmanas contra el terrorismo de forma unánime, o casi,  ¡e insisto en que la nuestra fundamentalmente lo está!, hay que transformar el trato económico, cultural, militar y político en la zona en clave de justicia social, y entonces habrá oportunidades policiales mayores contra el terrorismo de los fanáticos, y oportunidades políticas reales de articular la paz alrededor de esos pueblos. (Y alrededor de esos barrios y poblaciones, aquí). A nadie se le oculta que las religiones tenemos mucho que ofrecer en este servicio (Evangelii gaudium), y que el Islam en particular tiene un reto interno insoslayable y muy difícil, ¡según creo!, pero no se pueden poner los bueyes (la religión) por delante del arado (las relaciones internaciones de poder y dinero en justicia y respeto). A la vez, de eso se trata.

 

José Ignacio Calleja Sáenz de Navarrete

Vitoria-Gasteiz

Profesor de Moral Social Cristiana

Temas

Sobre la vida social justa, sin dogmas

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