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En cristiano

Trato digno para nuestros difuntos

 

 

 

 

           Para Resucitar con Cristo es un documento en que la Iglesia trata de poner algún orden en los nuevos modos de disponer del cuerpo del difunto. La Instrucción es para los que nos confesamos cristianos ante la muerte y, sólo derivadamente, para todos los quieran apreciarla en su sensatez. En el ambiente de la Iglesia, y en no pocos círculos sociales laicos, sí que había alguna inquietud por si no estaba degenerando el uso final de las cenizas hasta supuestos ridículos. No inmorales, cuidado, sino chocantes. En cuanto al resto de la sociedad, la Iglesia no puede ir más allá de recomendar a todos un cuidado que dignifique el recuerdo del familiar fallecido. Que la Iglesia exprese su preferencia por el enterramiento respecto de la incineración, tiene un peso en su tradición teológica y religiosa -no tengo espacio para considerarlo-, pero hoy el argumento más sólido tiene que ser el “histórico y solidario”, es decir, qué es mejor para el cuidado de la Tierra y qué es menos gravoso para el finado y su familia. Todo ello sin perder dignidad. Preferir que las cenizas estén en un lugar “sagrado”, es razonable, pero que no sea un negocio añadido para nadie. En clave creyente, pensar que “yo con las cenizas de los míos hago lo que quiero”, es respetable, pero no me convence. En cuanto a incinerar o inhumar, en cristiano, no deja de ser un acto moral libre, que en nada merma la fe en la Vida, y elegir la dispersión de las cenizas “en el aire, en la tierra, en el agua, o en cualquier otra forma”, es una decisión perfectamente legítima y libre en conciencia para todos; la razón de que se impida “para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista”, es una gesto de desconfianza hacia la mayoría de edad de los creyentes. Lo lógico sería advertir del peligro y apelar a la conciencia de los fieles. Si su uso expresa una  ausencia de fe, poco cabe discutir ya. Y si es ridículo o enfermizo, menos. En todo caso, un funeral religioso no debería negarse a nadie que lo pida y celebre con respeto. No es un examen de fe, sino una Eucaristía de la Vida que se puede compartir fraternalmente con todos.

 

 

26 de octubre de 2016, El Correo, p 51

 

 

 

 

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